Para El Eco de Las Villas
Jesús Gómez Cairo
Comienzo celebrando enfáticamente la existencia de esta publicación, nacida el pasado año 2019 con su número 0, casi silenciosamente (al menos para quienes no vivimos en las provincias centrales del país), lo que quiere decir: con humildad; tanta, que se le autotitula Boletín, cuando en realidad puede con todo derecho llegar a llamarse Revista, por la factura, significación y consistencia de sus contenidos, además de estar espléndidamente diseñada e impresa.
Cuando la recibí de manos de su directora, Angélica María Solernou, y pude apreciarla en todo su despliegue, me percaté no solo de lo ya dicho, sino igualmente de que se trata de todo un órgano, vocero y también movilizador, a favor de los trabajos con el patrimonio musical en su más profundo sentido, a la vez que en sus más disímiles aspectos: investigación, gestión, promoción, educación… Basta con revisar cuidadosamente sus secciones, escritos, autores, de ningún modo alineados en un solo tipo de formación o gremio profesional, pero todos con el denominador común de tener en el centro de sus visiones aspectos sustantivos del patrimonio cultural.
Son las provincias centrales de la Isla una muy bien caracterizada región cultural, con perfiles propios y originales, fortalecidos después de la última división político-administrativa del país, pero no por ello distanciados del resto de la cultura nacional, a la cual históricamente han aportado y continúan gestando creaciones culturales de indudable magnitud y sentido, que se expresan en todas las esferas de la cultura musical y músico-danzaria (aunque no solo en estas), sea folclórica, popular profesional o académica. Faltaba, sí, en esta etapa —aunque antes hubo casos y ejemplos muy sabios que nunca se olvidan—, un movimiento, una corriente de intelectuales que trabajara en la sistematización de esos conocimientos y en su visibilización a más amplia escala social y territorial.
El desarrollo alcanzado por la Universidad Central «Marta Abreu» de Las Villas, más la ostensible elevación de los niveles de la enseñanza artística en Villa Clara, en interacción con otras instituciones de carácter cultural y científico, han ido desatando talentos e ingenios que se cohesionan y proyectan ahora, tanto en la filosofía de trabajo como en las buenas prácticas que realiza el Grupo de Investigación Musical de Las Villas, núcleo gestor y rector de estas labores y de la publicación que nos ocupa, desde el proyecto Memoria Histórica y Patrimonio Musical de la Región Central de Cuba (Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente, 2019) que, igualmente, conduce la MsC. Angélica Solernou Martínez. Excelente referencia para tener en cuenta por el resto de los territorios del país.
Y dicho esto expongo muy brevemente a continuación el otro asunto de mi interés:
Las parrandas más allá del divertimento
Se conmemoran 200 años del surgimiento de las parrandas en la región central de Cuba, y aunque la pluralidad es uno de sus atributos, nada nos obliga a ocultar que, entre las ya muchas existentes, hubo una primera, que fue la de diciembre de 1820 en San Juan de los Remedios —hoy simplemente, Remedios. A partir de esta y decantadamente, a lo largo del tiempo fueron surgiendo las demás en otras ciudades y provincias —siempre del Centro—, hoy totalmente documentadas, que fueron declaradas en 2013 por el Ministerio de Cultura de la República de Cuba como Patrimonio Cultural de la Nación, e inscritas el 28 de noviembre de 2018 en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, durante la reunión número 13 del Comité Intergubernamental de la Unesco, encargado de su salvaguardia. Reconocimientos máximos estos que, sin embargo, no han sido suficientes para que las parrandas alcancen, por su gran significación, la equivalente visibilidad en el resto del país.
Dicho de otro modo, el evento socio-cultural-comunitario, de origen y transmisión popular, de expresión músico danzaria, con implicaciones en las artes visuales y la literatura oral (por mencionar solo algunos de sus atributos artísticos), que son las parrandas de la región central de Cuba, no ha gozado de la visibilidad y conocimiento a escala verdaderamente nacional que tan importantes serían. Para confirmarlo intentemos responder las siguientes preguntas:
¿Están difundidos y aprehendidos en nuestra población, la información y conocimientos sobre las parrandas a un nivel semejante que otras expresiones de la cultura popular tradicional como pueden ser: la rumba, el punto cubano, las comparsas carnavalescas, los bailes populares como el son y el danzón? No lo están.
¿Conocen nuestros estudiosos de la cultura popular tradicional de otros territorios, los profesores de nuestras escuelas de instructores de arte y los instructores de arte mismos, en general, cuáles son los contenidos y formas de las estructuras profundas en las diferentes expresiones locales de las parrandas, sus elementos comunes y distintivos, así como los factores genéticos de sus orígenes y persistencias? No en la necesaria profundidad y amplitud, a lo que hay que añadir con absoluta transparencia que todavía en muchos ámbitos el desconocimiento es casi total.
¿Se han llevado de algún modo a la escuela pública cubana en general, conocimientos al menos apreciativos sobre las parrandas como atributos de la identidad cultural de la nación cubana en su historia y presente? No a nivel general.
Podrían esbozarse otros cuestionamientos comprobatorios, pero a los efectos de nuestro objetivo son innecesarios. Podemos afirmar que las parrandas no han gozado de la presencia que otras manifestaciones semejantes sí han tenido en la percepción apreciativa de la población cubana. Todo ello con un añadido que lo dificulta: por su condición raigalmente comunitaria, una parranda solo es funcional y efectiva en su propio hábitat, no fuera de este.
Por tanto, el asunto de la expansión de los conocimientos y la información sobre las parrandas fuera de su medio, es algo que rebasa las posibilidades de realización de sus propios cultores, pues no se trata de «trasladar» el acto de la parranda en sí y reproducirlo en otro contexto, sino de llevar a este la información factual con las imágenes y sonidos que permitan apreciarla y comprenderla, además, por supuesto, de la variante que significa asistir, por parte de los neófitos, a conocer la parranda en su legítimo entorno.
Lo que significa que, a escala social, esta es tarea de las instituciones que se dedican al estudio, conservación y promoción del patrimonio cultural local o territorial, pero también de los estudiosos. Con la colaboración esencial de estos, corresponde sobre todo a los medios masivos de comunicación —fundamentalmente los que se expresan mediante los recursos audiovisuales, que serán finalmente los que puedan, con sus posibilidades tecnológicas únicas—, asumir la tarea de plasmar los más diversos materiales que, por su autoctonía y representatividad, se seleccionen de conjunto con las instituciones y expertos del patrimonio para su posterior exhibición.
Tarea compleja pero sustantiva, que espera por muchos de nosotros, y sobre la que sugiero a mis colegas reflexionar desde estas páginas, con el fin de ir configurando un proyecto que, desde la documentalística televisiva o cinematográfica, pudiera asumirse con la participación de otras instituciones, para la cual brindo la modesta contribución de los fondos documentales del Museo Nacional de la Música y sus especialistas.