Edición Nro. 2 Año 2022,  Gacetilla

Coros de clave: de Barcelona a Sancti Spíritus. de la Sociedad Coral Euterpe a la Sociedad La Yaya, de Echemendía a Leoncia Marín

Juan Enrique Rodríguez Valle

Desde Barcelona, con sus puertas de San Antonio, del Ángel y del Mar, ciudad que puede competir con las primeras capitales europeas, nos llegó la impronta de José Anselmo Clavé y Camps (21 de abril de 1824 – 28 de enero de 1874), creador de sociedades corales, quien dirigiera sus esfuerzos de artista a dulcificar los sentimientos del proletariado, a arrancarles de las garras del vicio durante las horas de ocio y entregarle el dulce yugo del arte musical.

Clavé es de estatura corta, grueso, de mirada expresiva y fisonomía simpática. Cuando dirige los coros, su atención se multiplica, sus ojos están en todas partes y, al movimiento del brazo, obedecen sin perder un solo compás […]

En el aspecto de los coristas hay, es verdad, algo que distingue la clase trabajadora; pero no al obrero de cualquier parte de España sino al catalán de mirada inteligente, activo, vigoroso y de modales cultos a la par…. Unos de ellos colocado en el centro del coro sostiene un estandarte morado con los atributos de la música en el cual se lee «Sociedad Coral de Euterpe».

Euterpe buscando fue

Dónde clavar sus pendones:

Clavé entonó sus canciones

Y Euterpe exclamó: ¡Clavé!

Oí un coro, un coro popular, un coro de trabajadores que después de haber dejado el martillo o la escuadra, después de haber salido de aquellas fábricas donde el aire es tan pesado y el ruido tan estridente, aún tiene pecho para cantar, oído para aprender dulces armonías e imaginación para consagrarse al arte, hacer asilo del espíritu, disgustado siempre de las tristes asperezas que siembra la realidad de la vida. [1]

En efecto, lo más curioso de la labor musical de Clavé es, justamente, la voluntad de nuclear en un objetivo común a individuos de orígenes diversos. Al respecto se ha comentado:

Nada hay comparable al efecto que produce un coro de artesanos, de adustos aspectos, de porte embarazado, de manos callosas, entonando canciones en los acentos varoniles que alternan con expresiones de ternura y con generoso concepto de paz, honradez y fraternidad.[2]

Ciertamente, los que la historia recogería luego como coros de Clavé fueron tan bien acogidos por integrantes y público en general, que agrupaciones de similar factura se extendieron por España y, luego, por diversas regiones de Hispanoamérica. A ellos

debe Cataluña la más popular, la más activa y simpática propaganda de su grandeza. Han transportado los aires de sus montañas a las regiones todas de la península; han hecho latir al compás de sus armoniosos cantos, reflejos del pensamiento del pueblo catalán, el corazón de todos los españoles; han confundido más de una vez en un solo deseo y un solo amor el alma de los hijos de la árida Castilla y de la Galicia pintoresca, de la austera Vasconia y de la Andalucía fecunda, y han sembrado por doquiera que han ido el amor a la virtud, a la cultura y al arte.[3]  

Los emigrados de esa zona en busca de prosperidad en tierras del Nuevo Mundo, trajeron consigo esa práctica. En la publicación Eco de Euterpe  se leyó, en 1861, que el presidente de la República de Montevideo había tomado bajo su protección la Sociedad Coral organizada años anteriores en esa capital y se informaba cómo este costeaba los más populares bailes coreados de Clavé para regalarlos «a los apreciables jóvenes (en su mayoría catalanes) que componen aquella aplaudida sociedad». En Buenos Aires, protegido por las autoridades, también adquirió popularidad el «coro catalán» que dirigió don Salvador Lacau, joven aficionado que perteneció al coro de Clavé.[4]

Interpretación cubana del coro de clave. De La Habana al centro

Por aquella época del siglo xix fueron creados en La Habana, por grupos enmarcados en barrios colindantes con la bahía, los coros de clave. Estos coros eran mixtos, tenían un tonista solista o decimista y el censor. No se hacían acompañar por tambores de ninguna clase, bastaba el suave repiqueteo que un individuo producía en la tapa de una vieja vihuela sin cuerdas, que llamaban viola o bajo.

En 1878 llega a La Habana Juan de la Cruz Echemendía (Sancti Spíritus, 23 noviembre de 1864 – 21 enero de l935),[5] un joven espirituano de catorce años de edad, para aprender el oficio de carpintero ebanista. Y no solo se formó excelentemente en esa ocupación, sino que aprendió a ejecutar la guitarra y la bandurria, instrumentos que tocó en la Tanda de Guaracheros que dirigía Torres, su maestro de oficio. Más tarde, integró el coro de clave El Prestigio, del barrio habanero Jesús María, donde cantaba y ejecutaba la guitarra. De 1886 a 1888 ingresó en un juego de la sociedad secreta Abakuá en el barrio de San Lázaro, el juego Ekion Efór,[6] y se integrarían armónicamente los resortes afrocubanos a lo aprendido por Juan de la Cruz, en términos musicales.

Mientras, en la villa espirituana se celebraba un fin de año con la armonía de un coro catalán:

Los apreciables señores del Coro Catalán, esos nobles hijos del Principado visitaban la casa del Alcalde en serenatas recreando con bonitas canciones de su repertorio, recorriendo posteriormente la ciudad y visitando otras residencias…

Hubo parrandas y en ellos dominaban los instrumentos tambor y acordeón, que armonizaban también con una flauta y un cencerro.

La Misa de Gallo se suprimió. Pero lo más notable que hubo en la Noche Buena fue un coro de jóvenes que daban galante serenata a sus amigos.[7]

Juan de la Cruz Echemendía regresó de la Habana en 1890 y se radicó definitivamente en su ciudad natal. Como carpintero ebanista abrió la agencia Tren de Funeraria en la calle San Justo esquina a Silva, pues concilia su vida entre la difícil misión artesanal de construir sarcófagos y la apacible virtud de componer canciones.

En junio de 1894 funda y dirige el grupo musical criollo La Yaya, con el objetivo de amenizar las comparsas y las fiestas populares espirituanas, interpretando boleros, canciones, rumbitas y claves espirituanas, así como sones yayaberos. El 27 de octubre de 1899 De la Cruz solicita al Sr. Gobernador Civil de la provincia de Santa Clara el asentamiento del Club o Sociedad La Yaya en el registro de Asociaciones del Gobierno. El certificado de inscripción se expide con fecha 16 de noviembre de 1899, quedando, por ese medio, refrendada.  

Esto significó que el incipiente grupo musical criollo que fundara Juan de la Cruz Echemendía se convirtiera en un importante coro, integrado por un grupo de hombres y de mujeres, blancos y negros, de muchas edades. La Yaya fue el más famoso coro del pasado espirituano. Su organización, por la estricta disciplina alcanzó fama. Allí no podía cantar quien no estuviera aprobado por la dirección. Se discriminaban las voces, primos, segundo, falsetes, un guía: el solista; generalmente, la solista.

Más de cien voces tenía La Yaya, pero yo solamente puedo recordar a su director, sentado en su comercio, limpio, pulcro, noble, sereno, con su camiseta de punto, su guitarra trenzada entre los brazos, rasgándola suavemente cantando a media voz, boleros y claves, canciones y criollas, apacibles, orgullosas, amables, cubanas.[8]

Junto a Juan de la Cruz estaban Adelaido Padilla —escritor de los versos—, Hilario Erice y Antonio Valdés Bazante, quienes, además, evaluaban a los tocadores de guitarra, tres, clave, botija (antecesora del contrabajo), tambor de cuña y maracas. El coro ensayaba largamente de la noche a la madrugada:

Cuando la Yaya entona su coro

con alegría del corazón

los acordes de mi lira

se oyen vibrar con emoción.

Pero si mi coro desatiende

la voz de su director

entonces mi coro, entonces mi coro,

pierde la fama de buen cantador.

Los integrantes de aquel inmenso coro fueron gentes de pueblo y trabajo: Leoncia y Georgina, dos guías formidables, eran cocineras; el Currito, el más sabio ritmador con la botija, fabricaba unas deliciosas rosquitas de catibía; José, planchador de oficio; Pablo Mariano tenía un comercio de menudo de patas, tripas y otras menudencias de la res…

Y cuando aquel coro cantaba, ya nadie sabía decir quién era quién. Era el coro, la asociación de voces populares, reunidas por un común denominador emocional. Algo profético que señala la vida inmortal del pueblo, más allá de todas las contingencias, de todas las alternativas. La voz de lo raigalmente perdurable, la médula sonora de la calle, del taller, de la plaza. Una comunidad que oraba y que soñaba, que denunciaba y enamoraba.[9]

Coros, claves y rumbas yayaberas, identidad de la cultura espirituana, Patrimonio Nacional, enriquecida por creadores de la talla de Miguel Companioni, Rafael Teofilito Gómez,Alfredo Varona y toda una pléyade de compositores que han legado a la posteridad este caudal de la cultura musical popular. Creadores contemporáneos se inspiran bellas claves y cadenciosas rumbas espirituanas para que el coro espirituano de hoy, representativo de este fenómeno cultural caribeño, interprete fiel este mensaje poético y melódico de América toda.

Con La Yaya, buen amigo

vámonos sin discusión,

aquí se le canta a Cuba,

a Cuba y al amor.

¡Esa es la vida de nuestra Yaya!

¡Ese es su lema, su religión!

Leoncia Marín, Leoncia Ranzoli. Catauro de sabiduría

Yo no sé adónde hubiera ido a parar Leoncia si llega a educarse la voz. Era una cantera virgen, el fogón, ni las necesidades, ni un selvático abuso de sus facultades, mermaron jamás aquel canario negro que se agitaba en su garganta… La guía del coro espirituano Santa Ana, la poderosa Leoncia, soprano ligera de un registro agudo asombroso.[10]

Una mañana veraniega visité a Leoncia Marín en su humilde casa de un reparto espirituano, hogar modesto, sencillo. Me acogió con su sonrisa agradable y, sin más prólogo, expresó: «Te esperaba. Has sido puntual. Hablaremos de mi presencia en los coros de clave, aquí en Sancti Spiritus», e inició aquella larga conversación.

Nací el 11 de abril de 1880, aquí en Sancti Spiritus, perdí a mi madre al nacer, adoptándome María de la Caridad, de quien aprendí toda la inmensa sabiduría afrocubana, fundamentalmente de origen munsundi.

Yo ingresé en los coros a la edad de once años, con Juan Echemendía y su coro de rumba espirituana La Yaya, pero el que desarrolla la clave en la tierra del Yayabo fue Bazante procedente de La Habana. Él inicia los ensayos y, poco a poco, va a surgir una música que no es precisamente la clave habanera. La nuestra tiene acompañamiento de guitarra, bandurria y otros instrumentos de percusión cubana.

Leoncia rememora tiempos pasados y me interpreta la clave que es una respuesta a otra del coro de Bayamo:

La Yaya es el centro urbenido

donde se apunta el guarachero

caballero a cantar

casi al decir no me atrevo

que no hay quien cante con Bazante

y ahora va cantar Bazante su clave

No admitimos blasfemia

de esos cantos insultantes

de clase obscena no

porque nos daría pena

que al público incesato que tuviera

que escuchar no se puede oír cantar

a la gente de Bayamo

Si canta mal a ese no les cantaremos

Y al que nos cante bien

nosotros sí les contestamos

A quien nos cante mal

a ese no le cantaremos

Y a quien nos cante bien

nosotros sí le contestamos[11]

Una tradición musical espirituana fueron los fandangos. Con los del Coro Santanero participó Leoncia tañendo la tumbandera,[12] y cantando junto a afamados trovadores de la época, entre los que se destacaron el Chino Pentón, Alberto López (El Curro), César Cancio (Mundaba).

Risueña, Leoncia me relata su participación como cantante en una velada en la Sociedad espirituana, Liceo, allá por la década del veinte. «En aquella ocasión interpreté la canción de Bazante, Guarina». La sonrisita picaresca de mi añejada interlocutora se hace más suspicaz. «Me acompañaba al figle,[13]¡tu abuelo! Francisco Valle, conocido por Iznaga, y al piano, la hija de Juan Echemendía. Fue una noche esplendorosa», y un suspiro se escapa de lo más profundo de Leoncia.

Por Leoncia transcurrieron más de cien años de vida, con penalidades en aquella sociedad seudorepublicana, pero por su sangre bullía el fervor y la pasión ardiente de conservar la cultura de sus antepasados. Era la gestación de una cultura propia, definida: lo criollo, lo cubano.

Beberiki sina[14]

Ocha towinini la ase[15]

Sus raíces, África,

Su entraña, Cuba.

Tronco de ébano

donde el ruiseñor se posó

para dejar al vuelo

sus versos y la música.

Un siglo: no es nada,

y todo es ella:

El folklore de mi tierra…

Eniosi aná osi[16]

Molé yakoyá ochukuá gdüeikoko[17]

Transita por mi viejo pueblo

con el catauro de la sabiduría.

Es la centenaria portadora

de música, versos y amor

convertido en canto y poesía. [Y1] 


[1] José M. Poblet (1973). José Anselmo Clavé (1824-1874), p. 198. Barcelona: DOPESA.

[2] Poblet. Ob. cit., p. 278.

[3] Poblet. Ob. cit., 298.

[4] Eco de Euterpe, 5 de mayo de 1861.

[5] Hijo de Serafina Echemendía, parda, esclava de Josefa María Echemendía. El bautizado era libre según la carta otorgada antes por José Norberto Rodríguez del Rincón, escribano público.

[6]Notas tomadas del Archivo personal del Investigador Jesús Blanco. La Habana.

[7] La Propaganda. Periódico espirituano. 21 de diciembre de 1883.

[8] Honorio Muñoz (1946). «Evocación de los coros espirituanos». Hoy. Edición extraordinaria, La Habana.

[9]  Honorio Muñoz. Ob. cit.

[10] Honorio Muñoz. «Evocación de los coros espirituanos», Hoy, domingo 3 de febrero de 1946.

[11] Clave. Antonio Bazante (1919). Lucía Peralta y su hijo, José Victoriano, Coro Santanero (Pablo Mariano). Grabación interpretada por Leoncia Marín.

[12] Instrumento monocorde, conocido también por tingo-talango.

[13] Instrumento de viento metal en desuso.

[14] (el que no sabe pregunta)  

[15] (Hay que hacer por quien hace por uno)

[16] (Una mano lava la otra y las dos lavan la cara)

[17] (Cuando la luna sale no hay quien la apague)


 [Y1]De quién es esta composición??

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *