Una rumba para Santa Clara
Testimonio de Edson Guillermo Benítez Martínez, preparado por Gemay Castillo López para El Eco de Las Villas
Gemay Castillo López
Edson Guillermo Benítez
Nace un rumbero
Guillermo Paredes y yo estuvimos hablando antes de ayer hasta las doce y pico de la noche y él me contó una cosa curiosa. Me dijo —esto te lo voy a decir a ti y no se lo he dicho a nadie—: «Yo nací por la mañana, casi amaneciendo, hacia las seis de la mañana, y toda la noche en el patio de mi casa estaban los tambores esperando a que yo naciera y cuando mi madre me parió, ahí empezaron mi papá y sus amigos a tocar tambores»; es decir, festejando el nacimiento; «y a beber aguardiente». Antes no se bebía: estaban esperando a que él naciera.
Cuando nació el niño —y era varón; cuando aquello no se sabía si era varón— empezaron a tocar rumba a esa hora: seis de la mañana hasta por la noche, fue el día entero tocando rumba. Y entonces él me dice a mí: «Parece que por eso es que yo nací tamborero». Guillermo Paredes es percusionista, un señor que tiene ochenta y cuatro años, y fue la forma en que él nació, me dijo: «Cuando yo nací, mi madre, nada más que saqué la cabeza, empezaron a sonar los cueros». Eso fue en la calle que está detrás del Asilo de Ancianos, calle Amparo entre San Pedro y Toscano. Fue donde vivía ese señor, que tuvo su casa hasta que se fue para los Estados Unidos. Hace algunos años se fue con su familia para allá.
Relato de los dos hermanos
Una anécdota que me pareció muy interesante fue la de Claudio Miranda. Claudio Miranda era conocido como Cayito. Claudio Miranda era de Palmira, estoy hablando de los años treinta, contando con que Claudio Miranda era muy joven cuando eso y él había nacido en 1902. Él era uno de los mejores quintos que había en Cuba —y también fue tresero y contrabajista; padre de los músicos Carmelo y Lorenza Miranda, ya fallecidos—. Cayito dejó Palmira y vino a vivir a Santa Clara. Aparte de ser uno de los mejores quintos del país tocaba muy bien el tres.
Muchos de los músicos entonces eran soneros. La gente habla de los rumberos, pero los que eran músicos no podían vivir de la rumba; del son sí. Muchos cantaban boleros, eran soneros algunos, la mayoría eran albañiles, carpinteros y otros oficios.
Cuentan que Cayito una vez estaba tocando en Santa Clara y él tenía un hermano que era uno de los mejores bailadores de Cuba, le decían el Conde Bayona. Él se autotitulaba conde, incluso, dicen que era un negro alto muy presumido, hijo de Changó, que acostumbraba a vestirse de blanco, impecable, con unos zapatos blancos, una chaquetilla. Y al Conde Bayona le dijeron: «Mira, en Santa Clara hay un tipo que toca un quinto que eso es lo último». «Bueno, yo tengo que ir a bailar con él».
Porque qué sucede: hay un juego que se hace entre el quinto y el bailador. El que toca quinto tiene que estar mirando constantemente los pies del bailador, porque si el bailador hace una filigrana que él no lo pueda tocar, después es un choteo para el tocador, y es un juego que tienen ellos ahí para ver quién coge a quién, como decir que no voy de atrás para alante aquí. Y cuando el Conde Bayona llega aquí a Santa Clara se encontró con que el mejor quinto de Santa Clara era su hermano y ahí empezó uno a bailar y el otro a tocar.
Y dicen que estuvieron más de una hora. Mucho, mucho tiempo, hasta que el Conde Bayona cruzó los pies y le dijo: «Mi hermano, eres el mejor rumbero de Cuba» y Cayito le dijo: «Eres el mejor bailador». Y se abrazaron porque realmente el Conde Bayona vino a ver quién era ese tamborero tan duro a quien no podía seguir, bailando; y el otro había dicho: «Bueno…dicen que viene uno de Palmira. De Palmira. Lo único bueno que hay en Palmira es mi hermano». Pero no venía de Palmira, venía de Camagüey, porque esa gente iba de pueblo en pueblo.
Los tamboreros que eran famosos —más bien, los bailadores— muchos eran bailadores de rumba, pero se dedicaban a bailar columbia. La columbia es un baile típico de hombres que demuestra mucha masculinidad. Incluso hubo una época en que se empezó a bailar columbia con cuchillo. Hubo una rumbera matancera que se llamaba Andrea Baró, que fue la única mujer que se atrevió a bailar columbia. Y los hombres no lo criticaron, porque los hombres en aquella época veían a una mujer bailando columbia y no la dejaban. Todavía hoy es criticable: los rumberos no aceptan que una mujer baile columbia.
La única mujer que bailó columbia fue Andrea Baró. Y Andrea Baró tuvo mucha relación con los rumberos de Santa Clara porque aquí en Santa Clara uno dice: «Bueno, ¿y de dónde viene la rumba? De aquí».
Érase una vez
Bueno… la rumba de Santa clara viene de Sagua la Grande. Sagua la Grande a principios de siglo era una ciudad industrial. Era una ciudad más importante, desde el punto de vista económico, que Santa Clara. Santa Clara era la capital administrativa, como aquel que dice.
Pero Sagua la Grande era una ciudad industrial que tenía muchos centrales, muchos ingenios azucareros. Tenía una industria bastante fuerte, tenía el puerto de Isabela de Sagua para las exportaciones e importaciones, tenía ferrocarril y la mayor parte de la población de Sagua la Grande era negra porque venían de todas las dotaciones de esclavos que trabajaron en la época de la colonia y después fueron negros libertos.
Y ya después, cuando vino la república, todas esas personas se incorporaron a trabajar y trabajaron en los alambiques del Infierno, que eran una de las mejores roneras del mundo en aquella época, date cuenta que de los alambiques del Infierno los alcoholes se exportaban directamente a Francia para hacer los perfumes más caros.
Entonces en Sagua había mucha riqueza desde el punto de vista étnico, desde el punto de vista racial, y esos negros de Sagua se nutrían de los matanceros. Porque la rumba siempre ha sido de lugares portuarios: del puerto de La Habana, de Matanzas, de Cárdenas… y Sagua la Grande tenía el puerto de Isabela. Todos esos trabajadores portuarios se comunicaban y tenían un sindicato —más bien un gremio—, y ahí es donde entra la rumba: por Sagua la Grande, y de Sagua la Grande para acá, a Santa Clara.
La clave que acostumbramos a tocar, la clave cubana, tiene origen abakuá, pero los negros de origen bantú ya la utilizaban en Cuba cuando estaba el Real Astillero de los puertos de La Habana. Esos negros eran los que trabajaban en la construcción de los barcos. Para unir un tablón con el otro se utilizaban unos clavos de madera, del mismo tamaño que tienen las claves. Se le echaba la cola en la brea, que era para sellar, y se juntaba un tablón con el otro. Eran como las clavijas y se llamaban clavos. En los momentos de ocio, cuando esos negros se ponían a cantar, cogían dos palos de esos y empezaban a percutir para marcar el ritmo. Y ahí el nombre de clave, que eran los clavos de madera.
Todo esto se fue imbricando. No sé decirte si la rumba fue primero en La Habana o en Matanzas. Cada uno dice que le pertenece y nosotros, los santaclareños, tenemos que decir que es de El Condado.
La rumba sale del Condado
Es de El Condado, porque El Condado es el único barrio de Santa Clara que siempre se dedicó a la rumba. Nunca hubo rumba en la Vigía ni en ningún otro barrio, salvo en Dobarganes. Allí se hacía mucha rumba, pero en casa de un señor que se llamaba Antonio Sarría, que era médico pediatra y era un fanático de la rumba.
El padre de Antonio Sarría era albañil y él también era albañil. Y me cuenta Guillermo Paredes, que era amigo de él, que cuando él tenía dieciséis años andaba con las herramientas de albañilerías, haciendo mezcla —él era el ayudante del padre— y le dice: «Mira, chico, yo no quiero ser más albañil. Yo quiero estudiar medicina». «¿Tú vas a estudiar Medicina?». «Sí. Yo voy a estudiar Medicina. El curso empieza dentro de unos meses; voy a trabajar y guardar dinero para comprarme unas ropas para estudiar». Estudió Medicina y se hizo pediatra, pero también era de la tropa de los rumberos.
Ñico Sarría, como le llamaban, hacía los rumbones más grandes de Santa Clara en su casa en Dobarganes en la calle 4a. Él decía que la rumba no sabe igual si no estaba en El Condado y muchas veces prefería ir a bailar al Condado. Era uno de los mejores bailadores de guaguancó y de columbia que había. La rumba no salía de El Condado.
La rumba salió por primera vez de allí en 1994, según me contaron fundadores de la agrupación Awó Aché —otrora Ewin Letí—, para el cabaret Los Taínos, del hotel Los Caneyes. Paredes siempre se habló de eso, que el maestro Alejandro Sánchez Camps y Carlos López Ajax —uno era el director de la orquesta y otro era el director musical del espectáculo— hablaron con Gregorio Abreu Castillo, Pánfilo, y le dijeron que hiciera el grupo de rumberos de El Condado: «Tú puedes hacer como una especie de espectáculos, hacer una especie de cortinas musicales acá». Y él va para allá.
Y siempre pensé que era el momento, porque todo el mundo había dado esa fecha y con ese tipo de agrupación trabajando en espectáculo, rumba como tal. Porque existía la rumba de salón, las rumbas que tocaban las jazz bands, con aquellas bailarinas, tipo de cabaret o Tropicana, de los que había en el hotel Venecia, pero no eran la rumba del barrio, con los tambores, los negros sudados y la botella de aguardiente.
Siempre se pensó eso, pero hablando con Guillermo Paredes me dijo que en 1957, cuando era un muchacho, había un señor que se llamaba Ayán Ortiz que era chofer de autos de alquiler. Y su parqueo era frente al Santa Clara Libre —en aquella época, Gran Hotel— y en el hoy cine-teatro Camilo Cienfuegos —se llamaba Cloris—. Y él tenía confianza con la gente que trabajaba en el teatro y les dijo: «Chico, si yo te traigo un espectáculo de rumba para acá, ¿ustedes lo ponen?».
El grupo nunca tuvo nombre. Se presentaron dos días seguidos; pero bueno, funcionaban. Cada cual tenía sus aspiraciones y otros tenían otras cosas que hacer, pero fue la primera vez que salió la rumba del Condado. Este grupo lo formaron Ayan Ortiz, que tuvo la gran idea; uno a quien le decían El Peje; Guillermo Paredes; cantando estaba Jorge Pérez, conocido por El Loco —padre de uno de los grandes percusionistas, tocadores de rumba y de tambor de bembé como se dice, a quien le dicen El Loquito, y el apodo va de generación en generación—; con dos parejas de baile. Y estuvieron allí y se presentaron.
Ya después de eso, la primera manifestación de rumba fuera de El Condado, que ya no era rumba como tal, pues estaba mezclada con otros géneros musicales, fue un cuarteto que hicieron Guillermo Paredes y Ajax. Estaba conformado por guitarra, percusión, saxofón y voz; o sea, ellos le llamaban a eso rumba armónica. El cuarteto se llamaba Guafilinco, que era una mezcla de guaguacó con feeling. Lo que hicieron fue versionar temas icónicos del repertorio del feeling llevados a rumba.
Eso no trascendió mucho, hicieron algunas presentaciones. Se presentaron mucho en la emisora CMHW, esas grabaciones no se encuentran. Fui a la emisora y me dijeron que todas las grabaciones que estaban en cintas ahí cuando colapsó el techo de la emisora —aquella vez que se cayó la torre, cuando el ciclón—, todas esas cosas se perdieron; se perdió mucha música en la emisora que no estaba digitalizada. La música que grabaron fue a principios de los años sesenta.
A principios de la Revolución los carnavales se hacían durante un mes, pero no era todos los días seguidos. Había áreas de carnaval que funcionaban todos los días por la noche, en determinados lugares, pero el carnaval como tal era viernes, sábado y domingo. A los músicos de Santa Clara…, parece que era y es una tradición contratar a músicos foráneos y no los de aquí. Ya desde aquella época existía eso. A los músicos que venían de La Habana los contrataban por un mes y a los de Santa Clara, solamente por una semana.
Gustavo Rodríguez tenía un grupo al cual pertenecía Guillermo Paredes. Era el percusionista de ese grupo. Tocaban una semana en una plataforma cerca de la terminal de ómnibus, en la Carretera Central y Amparo. Con una plataforma tipo cabaret hacían sus presentaciones. A ellos le tocaba una semana nada más. Y tocaban ellos, después otra agrupación más y después Tata Güines, su percusión. Me dice Paredes que él siempre admiró a Tata Güines, que es un ícono de la percusión; y que incluso estando muerto lo sigue admirando.
Pero qué sucedió, Paredes era muy buen tumbador, y en la parte del espectáculo que le tocaba a Gustavo Rodríguez, Guillermo tenía que hacer un solo de percusión con las congas y aquello era brillante. Además, él estaba en su tierra, a dos cuadras de su barrio, y toda aquella negrá del condado iba allá a ver aquel negro tocando con el grupo de Gustavo Rodríguez. Y la gente se arrebataba y aplaudía y pa qué, dicen que aquello era apoteósico. Venía no sé quién en el cuadro artístico y después venía Tata Güines: él solo con sus tumbadoras.