Edición Nro. 0 Año 2020,  Nota Aguda

Teatro La Caridad: 135 años de arte y la grandeza de una dama inolvidable

Rolando Rodríguez Esperanza

 

El sentimiento de doña Marta Abreu de Estévez por su ciudad natal y sus pobladores se convertía en pasión al hablar de sus calles, plazas, amigos y familiares: quería entrañablemente a Santa Clara. Todo lo hecho en beneficio de la ciudad por ella y sus hermanas le parecía poco; recursos propios y los heredados de sus padres eran puestos a disposición de los más pobres.

Viajó el mundo, pero siempre volvía a la querida tierra que la vio nacer, a socorrer a los más desposeídos, a emprender obras que había visto en otras ciudades europeas, símbolos de progreso y humanización del trabajo. Así era ella, incansable, no hubo obra que emprendiera sin contar con el apoyo de su querido esposo Luis Estévez Romero. A la insigne dama no escapaba nada que tuviera que ver con las necesidades de los santaclareños. De ahí la reciprocidad entre el pueblo y Marta Abreu.

Los santaclareños le fueron erigiendo imaginariamente, poco a poco y sin que ella se percatara, un pedestal, y la situaron en lo más alto como reconocimiento a su lealtad y amor. En realidad, el monumento que perpetúa su memoria en el parque Leoncio Vidal de la capital provincial, conocido por todos, se materializó en la década del veinte del siglo pasado, pero comenzó a gestarse en homenaje a su fecunda labor desde finales del xix.

Hoy, al paso de los años, una vez materializado el proyecto social para la ciudad, por el que tanto se esforzó la patriota Marta Abreu de Estévez, consideramos necesario profundizar en él, en su alcance dentro de la ciudad y fuera de ella. No podemos dejar de estudiar el pensamiento de la benefactora y difundirlo, como legado justo a las generaciones venideras. Han de tenerse presente los móviles que la impulsaron en el contexto histórico en que vivió, para adentramos en su pensamiento y comprender sus acciones tanto sociales como políticas; para darnos cuenta de la condición excepcional de una dama de sociedad que lo dio todo por su pueblo, como si la caridad misma la hubiera puesto aquí, en este lugar tan querido por ella.

Es insólito que el proyecto social de Marta Abreu, de cuyas obras se conservan aún unas pocas en Santa Clara y de las que tanto se ha servido la población por más de un siglo, aún resulte poco conocido, a pesar de su alcance y vigencia. A ello se une la magnitud del pensamiento de la benefactora que revolucionó el siglo xix y hoy, a tantos años, nos hace pensar en la grandeza de esta mujer única, humanista, decidida a cooperar desinteresadamente en la lucha por la independencia a pesar de su procedencia, en tanto perteneció a una de las familias más ricas no solo de Santa Clara sino del país.

La familia González Abreu, por parte del padre, y la Arencibia, por la madre, habían acumulado muchas riquezas en tierras, inmuebles y acciones no solo invertidas en la región central y otras partes del país, sino en el exterior. Por esta razón, los periódicos de la época hablaban de ella como: «Marta Abreu: figura de mayor distinción de la aristocracia cubana y poderosa fundadora de la democracia republicana».[1] Figura de gran relieve, santaclareña de pura cepa, desinteresada, modesta, no desaprovechó ocasión para poner a disposición de su ciudad y de los pobres, sus riquezas. Valores heredados de su familia, junto a los de sus hermanas —Rosalía y Rosa—, sirvieron para ejecutar diversas obras sociales.

Marta Abreu supo accionar en los lugares más insospechados con claros conocimientos de administración y justicia, para que la población humilde se beneficiara y así poder brindarle su protección. A esos que no tenían nada, ella dedicó toda su atención y recursos. Todo lo que regaló a los pobres de la ciudad fue símbolo de progreso.

Desde pequeña, Marta Abreu manifestó cualidades muy positivas, observadas en su relación con los esclavos y pobres, a los que le brindaba ropas, dinero y buen trato. También fue elevando su cultura al participar en las tertulias hogareñas donde le permitían, en ocasiones, intervenir en temas tan delicados como la pasión por la patria. A ella ofreció, con pasión y sin ser descubierta, su apoyo incondicional en recursos monetarios, medicinas y ropas para el ejército mambí durante la guerra de 1895.

El amor a la patria y la lucha contra las injusticias —la esclavitud, en especial— fue uno de los rasgos que distinguió la personalidad de Marta Abreu. Fue una de las mujeres más fieles a la causa independentista, para la que trabajó desde el exterior en forma solapada, siempre en contacto con los principales líderes independentistas cubanos. Por eso, en el lejano 1883 otorgó la libertad a los esclavos de sus haciendas, dándoles una parcela para que la trabajaran y pequeños ingresos para su sustento. Se conocía su desacuerdo con el colonialismo español, con la esclavitud y la pobreza en que estaba sumida la población de Santa Clara por los desmanes del gobierno español.

Sobresalía en ella su modestia, manifiesta en 1885 al planteársele que su nombre había resultado elegido por el ayuntamiento para designar el teatro, su magnánima obra, a lo que ella se negó. De igual forma, en 1886 impidió que su nombre se utilizara para nombrar al poblado de Calabazar de Sagua. En 1894 el gobierno español acordó distinguirla como Condesa de Villaclara, lo que rechazó expresando que consideraba no tener suficientes méritos para tal reconocimiento.

Constituye un verdadero desafío su actitud en contra de España, manifiesto no solo en sus obras sociales, el dinero aportado a la guerra de independencia, su protección a los pobres, su valentía como patriota y como mujer, sino que también se evidencia en el aporte de Marta y sus hermanas a la Cocina Económica —para socorrer a los reconcentrados—, en el dinero aportado para ayudar a los presos cubanos en Ceuta, Fernando Poo y Chafarrinas; así como para costear expediciones y fondos al Partido Revolucionario Cubano. En estas ideas formó a su familia, a su hijo y a su esposo.

El abogado Luis Estévez Romero, su esposo, también la siguió en la causa. La renuncia a la vicepresidencia durante el primer gobierno republicano, fue una actitud justa y de principios.

Desde fines del siglo xix —según consta en acta del ayuntamiento con fecha 24 de enero de 1896— el concejal don Francisco Martínez Pupo propone erigir, en vida, un monumento a Marta Abreu. Promueve una colecta pública entre los pobladores de Santa Clara, por medio de la cual se reunió una suma de mil pesos. Al llegar la noticia a oídos de la benefactora, solicitó el dinero para obras de caridad en la ciudad. No pretendía perpetuarse en una escultura, sino en mejores condiciones para el pueblo, como símbolo de bienestar y desarrollo.

El generalísimo Máximo Gómez, jefe supremo del Ejército Libertador, una vez terminada la contienda de 1895 y llegado el siglo xx, expresó en una carta inolvidable: «No saben ustedes los villaclareños, los cubanos todos, cuál es el verdadero valor de esa señora; quien lo sabe bien es don Tomás Estrada Palma; vayan y pregúntenle que significación patriótica alcanza la ilustre Marta. Si se sometiera a una deliberación en el Ejército Libertador el grado que la dama tan generosa había de corresponder, yo me atrevo a afirmar que no hubiera sido difícil se le asignara el mismo cargo que yo».[2] Esta declaración constituye un reconocimiento público a la bondad y desprendimiento de tan grandiosa dama, a sus principios, en una época políticamente difícil para una de las figuras más importantes desde el punto de vista político, social y cultural del país.

Por consiguiente, es de suponer que las relaciones existentes entre Marta Abreu y el gobierno español no eran satisfactorias; no puede olvidarse la crisis desencadenada al inaugurarse la Planta Eléctrica y el Dispensario El Amparo, en 1895, obras que formaban parte de los avances que la patriota fue introduciendo en Santa Clara.

 

El Arte se apodera de La Caridad

El teatro La Caridad es un inmueble que posee grandes valores artísticos, históricos y patrimoniales. Forma junto a los teatros Terry y Sauto la trilogía de los teatros cubanos del siglo xix. Es uno de los coliseos mejor conservados del país, con gran número de elementos decorativos originales. Se encuentra en el circuito de los teatros principales del país y posee una programación estable y variada.

La Caridad es, quizá, la obra más importante del proyecto social de Marta Abreu. Su construcción constituyó otra irreverencia al coloniaje español, incluso desde su enclave frente a la Plaza Mayor, lugar privilegiado. El inmueble descolló por su magnitud y belleza en comparación con otras obras erigidas por el gobierno español alrededor de la plaza. Para su construcción, la benefactora contrató a los mejores artistas.

El teatro que ella quería para la ciudad de Santa Clara, debía ser semejante a uno visto en París, en uno de sus viajes. El espacio seleccionado no fue otro que el que ocupaba la ermita La Candelaria, dedicada a la caridad pública. Una vez más Marta Abreu gestionó con el ayuntamiento; le cambió los terrenos por otros que poseía y, además, pagó una suma apreciable por la demolición de la vieja ermita y el terreno. Desde su posición social y política en la ciudad de Santa Clara, las gestiones hubieran podido resolverse de otro modo, pero ella prefirió regalar el teatro a la ciudad.

Llama la atención la decoración tan lujosa encargada a artistas europeos. La burguesía cubana de la época no era nacionalista, gustaba del arte europeo, a pesar de los magníficos pintores que había en nuestro país, pues la Academia de San Alejandro existía desde 1818.

El responsable de la decoración del teatro fue el pintor filipino Camilo Salaya, quien pertenecía a la Real Academia de Nobles Artes de San Fernando, Madrid. A él se debe todo el proyecto pictórico que, además, integró a los italianos Fernando Bossi y Matheoli, que trabajaron la boca-escena y la decoración del frontispicio; el pintor cubano Miguel Melero, a cargo de las esculturas situadas en el recibidor; y el escenógrafo español Miguel Arias,[3] quien decoró todos los telones de la escena. A Camilo Salaya le correspondió toda la decoración del cielo raso, que es, en sí, una alegoría a las artes, especialmente al teatro. Para esto el artista estableció un estudio en la ciudad de Santa Clara y se valió de pintores populares para llevar a cabo su proyecto.

Una vez más, la insigne Marta Abreu dio muestras de su exquisito gusto. El conjunto pictórico coherente, de influencia europea, con hermosos colores, hace de La Caridad uno de los teatros más hermosos que se conservan en el país. Un acercamiento al neoclasicismo por sus formas, colores y temáticas, en un teatro de estilo italiano que conjugó la arquitectura colonial, la francesa y otras tendencias del arte de finales del siglo xix, para devolvernos un teatro ecléctico.

En la inauguración del teatro La Caridad, el 8 de septiembre de 1885, se hizo patente su innovación, pues fue el primer teatro de Cuba que introdujo la butaca móvil. Además, los palcos de platea poseen cierta inclinación en dirección al escenario, para lograr una mayor visibilidad del público.

Fue muy cuidadoso el ingeniero Herminio Leiva y Aguilera al diseñar la decoración de los tabiques que separan el área de butacas, de las galerías por donde circula el público en cada piso. Estos son bellamente calados y decorados, lo que facilita el paso de la luz, el sonido y de la ventilación. La labor de carpintería se debe a los ebanistas villaclareños Romualdo Ruiz y Lianca, toda una obra de arte en la utilización de las maderas preciosas en una labor trabajada a mano.

De igual forma, el foso debajo del escenario y el contrafoso, así como el telar —espacio donde se ocultan los telones— por encima de este, a una altura de once metros, junto a la construcción de los pisos de madera y toda la decoración, facilitan una acústica inigualable al coliseo.

En el pensamiento de Marta Abreu de Estévez estaba la necesidad de mantener el teatro, de sustentarlo con el otro cincuenta por ciento de la taquilla, pero no era suficiente. Entonces creó la cafetería El Teatro —hoy, La Marquesina— y, en el otro extremo, una barbería —hoy tienda Artex. Además, el Salón Regio —hoy, sala Marta Abreu— y, por el lateral, casi al frente de la actual Galería de Arte, el restaurante París. Todos estos establecimientos eran arrendados, proporcionándole ingresos al teatro.

Pensamiento brillante, adelantado en el tiempo, más en una mujer de clase que siempre actuó serena, sin campañas, callada, con cautela, confiándole solo a su esposo la acción a ejecutar. Esa fue Marta Abreu de Estévez: arte y grandeza.

El 12 de septiembre de 1886 se inaugura en el Salón Regio el nuevo Liceo, espacio cultural prominente en la ciudad. El 22 de diciembre de 1885 Marta Abreu cedía el teatro, gratuitamente, a la Asociación de Artistas y Escritores, para una matinée literaria y un baile que se celebraría en la sala grande. El primer presidente que tuvo la asociación no fue otro que Camilo Salaya y Toro, el mismo que decoró el teatro La Caridad. Hombre culto, de gran sensibilidad para las artes, que vivió en la ciudad hasta 1889.

A lo largo de la historia, el teatro La Caridad ha sido sometido a numerosas intervenciones, algo que no se conoce a profundidad. En 1909 se hacen retoques por el señor Roca. El deterioro del techo hace que, en 1928, Rufino León acometa su sustitución. En 1932 el arquitecto Dr. Tandrón cambia la cubierta de tejas galvanizadas por tejas francesas. Por negligencia, y con pintura, se ocultan las cenefas inferiores del recibidor, afortunadamente redescubiertas en 1987.

Para 1952, como consecuencias de la acción del alumbrado de gas, es necesario realizar la limpieza de las pinturas del cielo raso, trabajo que hace Ángel Valdés Menéndez. Este pintor autodidacta, hijo del conserje del teatro,[4] pintó el telón de boca decorativo para las funciones de cine del año 1905 y el retrato de Marta Abreu que se encuentra hoy en la sala que adquiere el mismo nombre a partir de 1988. Acerca de este se cuenta la interesante anécdota.

Cuando, en el año 1955, se decide realizar una pintura de grandes dimensiones, a solicitud del Liceo Artístico Marta,  y  dejar plasmada la figura de la insigne patriota, solo se contaba con un pequeño retrato del rostro. Entonces, Ángel Valdés pintó el cuerpo de su esposa, Hortensia Cárdenas Barata, de rasgos muy parecidos a los de doña Marta, para más tarde recrear el rostro  de la benefactora. La obra se realizó en las ocho horas de una jornada de trabajo. Como es de suponer, el retrato no forma parte de los valores originales del teatro.

 

El teatro La Caridad, concebido para la declamación en un inicio, poco a poco fue dando paso a otro tipo de espectáculos. No obstante, desde la misma fecha de inauguración del coliseo, en 1885, la propietaria elaboró las Bases que fija la Señora Marta Abreu de Estévez para la administración del teatro La Caridad, por el ilustre ayuntamiento de Santa Clara, donde se recogía un grupo de indicaciones que guardan relación con la disciplina, la ética en los espectáculos, el resguardo del patrimonio y otras no menos importantes que, de no ser por haberse incluido en el temprano documento, el teatro no hubiera llegado al siglo xxi. Al leer las Bases no parece que fueran escritas en tan lejana fecha, sino que están hechas para estos tiempos. Una vez más demostró Marta Abreu su visión de futuro para conservar su obra artística.

Una vez concluido el teatro, la señora Marta Abreu de Estévez, organizó la temporada inaugural durante los meses de octubre, noviembre y diciembre de 1885, prevaleció la presentación  de  artistas aficionados y la Sociedad Dramática de Santa Clara. A su solicitud, se contrató la primera compañía que actuó en la escena de La Caridad. El honor correspondió al actor cubano Pablo Pildain y, a continuación, se presentó la Ópera de Sieni, para realizar presentaciones los jueves, sábados y domingos de esos meses.

El aporte en la taquilla estipulado para los pobres de Santa Clara, que era del 50%, se encargó a la Asociación de Beneficencia Domiciliaria, organización establecida para estos fines. [5]

(En las Bases para la Administración del teatro La Caridad, tomo 38 de las Actas Capitulares, día 15 de septiembre de 1885.  La octava indicación se refiere a la asociación que controla el destino de los fondos para los pobres de la ciudad. En libro Marta Abreu Arencibia, biografía de una mujer excepcional. Editorial Lex, p. 60. Autor: Florentino Martínez.

La muerte temprana de la benefactora, en 1909, cambió el panorama del inmueble. Se introdujo el cine y se hicieron valer los mandatos de los empresarios artísticos y cinematográficos de entonces: «Desde la primera década del siglo xx se comenzó a violar el reglamento por los empresarios artísticos situando todo tipo de espectáculo que atentaba contra las buenas costumbres ciudadanas». Además, proyectaron modificaciones en la estructura del teatro que se harían efectivas en la década del cuarenta.

Por la escena del teatro La Caridad en estos 135 años de vida han pasado las mejores agrupaciones musicales, compañías de ópera, zarzuela, danza contemporánea, ballet, solistas y otras muchas más. Patentizan lo expresado las figuras de Rita Montaner, Esther Borja, Rosita Fornés y Luis Carbonell; el Ballet Alicia Alonso, el Ballet Nacional de Cuba, Danza Contemporánea de Cuba y el Conjunto Folklórico Nacional; la Compañía Alhambra; Teatro Estudio y Teatro Musical de La Habana; Enrico Caruso, Carmen Montejo, Compay Segundo, el Trío Matamoros y Antonio Machín; compañías de ópera italiana y muchas otras que han hecho de la escena de La Caridad un lugar de referencia en cuanto al arte que muestra al público.

La Caridad ha sido siempre la escena para grandes actrices, de reconocido prestigio nacional e internacional, entre ellas, la italiana Eugenia Zúffoli, la española Margarita Xirgú, María Barrientos, Consuelo Novoa, Sarah Berhardt, Mimi Aguglia y Carmen Montejo, que han dado un sello de calidad a sus interpretaciones.

La ópera, un género que exige buenos intérpretes, tuvo grandes momentos en el escenario santaclareño con las actuaciones de Galli-Cursi y la japonesa Tamaki Miura. En el gran teatro La Caridad se dieron a conocer la Compañía de Ópera de María Barrientos y la de Ópera y Zarzuela de María Ugheeti, con un repertorio de lujo.

A partir de 1910 el género sicalíptico había hecho su entrada en los teatros Tívoli, Actualidades, Variedades, Marta y La Caridad. El público se quejaba por las ropas marcadamente ligeras que usaban las bailarinas, y por sus movimientos provocativos y gestos obscenos. Una de las intérpretes que más destacó en este particular fue La Chelito, quien carecía de escrúpulos, era desafiante, provocativa, fumaba en la escena para los hombres, por lo que su presentación en La Caridad constituyó todo un escándalo.

El teatro La Caridad se ha convertido en un centro de inmoralidad,  donde acuden menores y aplauden “Carne Flaca”, marchamos a la cabeza de las modernas babilonias. En periódico  La Publicidad, 15 de junio de 1909.

La Chelito, cuyo verdadero nombre fue Consuelo Portela, era una mujer hermosa, tenía gran gracia femenina con aire español, pero pocos sabían que había nacido en Placetas. Esta cantante-bailarina rompió con todos los esquemas artísticos y éticos de la época, pues sus poses, gestos, miradas profundas e incitantes, que incluían movimientos eróticos de los labios como al saborear una fruta fresca, unido a la transparencia de sus ropas, provocaba a los hombres, algunos de los cuales disfrutaban el espectáculo acompañados de sus esposas. No fue vista con buenos ojos por la sociedad y la prensa en sus presentaciones de 1915, aunque sí movilizó al sexo masculino, que le dio un voto de confianza y apoyo, a pesar de sus escandalosas presentaciones en el teatro Payret, de La Habana.

La pulga maligna fue una de las canciones más pedidas en sus presentaciones, debido a la representación lograda por la artista del recorrido que hacía el animalito por su cuerpo. Sus presentaciones en la ciudad movilizaron al ayuntamiento, las comisiones de disciplina y moralidad, algunos intelectuales conservadores, las autoridades jurídicas y policiales, y hasta algunas damas de la más rancia aristocracia. A pesar de esto, la prensa siguió sus éxitos en el debut, sin mucho compromiso y tratando de ser lo más imparcial posible. Aquellos que no asistieron y lo lamentaron profundamente, pudieron leer entre líneas el mensaje de los cronistas culturales.

El bailarín y coreógrafo mexicano Julio Richard fue pareja de baile de Carmita Ortiz, la Josephine Baker Cubana. Muchas veces se presentó en este escenario. Fueron fotografiados por Ángel Hernández, pionero de la fotografía en Santa Clara, padre de Armand, el fotógrafo de las estrellas.

El 17 de junio de 1920 se produce el gran acontecimiento musical que, a más de ochenta años, es noticia fresca: la presentación del divo del bel canto, Enrico Caruso, en un programa de lujo: Payaso y Elixir de Amor. La orquesta estuvo dirigida por Alfredo Padovani.

Casimiro Zertucha, discípulo del violinista Brindis de Salas, acompañado por el pianista César Pérez Centenat; el guitarrista Pedro Bethencourt y el cuarteto de Antonio Machín, se presentaron en el coliseo, con gran éxito de público, en la década del treinta.

Llega a la ciudad de Santa Clara (18 de diciembre de 1894) el eminente violinista Claudio Brindis de Salas “El rey de las octavas”, en función combinada con la Compañía de Dramas y Comedias de Luis  Roncoroni. Noticia aparecida años después, en un balance cultural del periódico  La Publicidad.

(Periódico La Publicidad, Año I, martes 20 de diciembre de 1904. P.4, Sección Almanaque Villaclareño)

Algo casi desconocido para el público de estos tiempos son las peleas de boxeo realizadas en La Caridad en la década del veinte del siglo pasado. Los programas de grandes enfrentamientos atraían tanto a hombres como a mujeres. Los empresarios Santos y Artiga promovieron para la escena de La Caridad las peleas de los boxeadores Conde Koma; Marqués de Hito; Satake; Sugar Ray Robinson; Sibysco, El español incógnito; Kid Charol; Fierro; Black Hill; Luis Ángel Firpo, El toro de las Pampas; Italian Hernan y Joe White. Estos encuentros terminaron por suspenderse antes de 1930, por los destrozos que causaban en el lunetario.

El cine silente establecido en La Caridad desde 1905, era amenizado en la segunda tanda por una orquesta conformada con las pianistas Pastorita Valdés, Eloisa Zapatero, Estrella Valencia y Amparo Clapera. Los músicos eran los hermanos Benítez, Cancio, Valencia, Horta y Guimbarda.

Durante la presentación de la Compañía de Teatro Bufo de Arquímedes Pous, en 1914, con la obra El servicio obligatorio, el director escribió la siguiente sentencia —que se hizo muy popular dentro del público, teniendo en cuenta que comenzaba la I Guerra Mundial: «Óyelo bien Rubén, con el servicio obligatorio, se te acabó la fama de tenorio. Óyelo bien». Parlamento aparecido en un comentario en el periódico La Publicidad, marzo de 1924.

 

El teatro La Caridad tuvo una etapa de esplendor durante el auge del cine, en los años cuarenta y cincuenta del siglo xx. En este período, las muestras alternaban con los espectáculos de variedades. Se presentaron grandes compañías de ilusionismo, teatro, ópera, ballet, burlesque, vodevil, teatro bufo, espectáculos de circo, danza, folklor de diferentes partes del mundo. No faltaron brillantes artistas, como el charro y actor del cine mexicano Jorge Negrete, la vedette cubana Blanquita Amaro, el cantante santaclareño Rolando Laserie, los cómicos Tin Tan, Marcelo, y muchos más.

En las últimas décadas del siglo xx nos deleitaron Bola de Nieve, Elena Burque, Gina León, María Remolá, Marta Strada, Miguelito Cuní, Chapotín, los hermanos Vitier, Xiomara Laugart, César Portillo de la Luz, Moraima Secada, Silvio Rodríguez, Leo Brouwer, Frank Fernández.

El teatro La Caridad es un escenario artístico como pocos en el país. Conserva el aliento, belleza y frescura de las obras de arte que trascienden como monumentos a la cultura y al buen gusto. Su prestigio y conservación resulta digna ofrenda al proyecto social de doña Marta Abreu de Estévez, la caridad misma, esa dama inolvidable.

[1] Revista Halma, junio de 1914, p. 2.

 

[2] Tomado del periódico El Eco de Villaclara, 26 de febrero de 1920.

[3] Miguel Arias se consagró más tarde por su obra en el teatro Alhambra.

[4] Ángel Valdés Menéndez había nacido en el propio teatro, en un espacio —desde el lobby de entrada para trabajadores y artistas hasta el patio, y los altos, (calle Lorda)- entregado por la benefactora, como vivienda, a Pío Valdés, padre de Ángel, conserje contratado por Marta Abreu para que cuidara la propiedad en 1885. Este conserje inauguró el sistema de vigilancia del coliseo. Había una tradición en la familia de Pío Valdés: él, sus hijos Abelardo, Ángel y Nonó, y los hermanos de Pío, eran todos pintores-decoradores. En cierta medida, hoy conocemos que el ambiente pictórico de La Caridad, en buena parte, se conservó por los retoques que hicieron en diferentes épocas estos celosos cuidadores del patrimonio de doña Marta Abreu de Estévez. Entre ellos sobresale Nonó Noriega, consagrado paisajista durante décadas del teatro Alhambra.

[5] Véase Florentino Martínez Rodríguez: Marta Abreu y Arencibia: Biografía de una mujer excepcional, Editorial Lex, 1951.

[6] Véase «La moral y el teatro La Caridad», en el periódico La Publicidad. Septiembre de 1958.

 

 

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