Edición Nro. 0 Año 2020,  Nota Aguda

Manifestaciones, formatos e instrumentos musicales de los grupos portadores de Las Villas, expresión del patrimonio cultural vivo

Rafael Lara González

 

Cada individuo, familia, grupo o comunidad portador de tradiciones encuentra la forma de expresarse a través de la herencia asimilada por cientos de años, no solo en lo mágico-religioso o en el horizonte festivo y músico-danzario, sino también en otras formas de vida como el panorama oral, lo culinario, la artesanía.

Teniendo en cuenta la falta de divulgación y la escasez de estudios y publicaciones relacionados con el tema, resulta necesario indagar sobre aquellas agrupaciones portadoras de la cultura cubana que construyen sus propios instrumentos, dentro del universo de nuestra artesanía popular tradicional, en escenarios comunitarios expandidos por toda la geografía del país.

En la actualidad no es común encontrar una visión integradora, antropológica, del asunto, que tenga en cuenta elementos que, desde la artesanía, se inscriben en el ámbito del patrimonio cultural vivo en lo que se define como relación dual entre cultor y artesano en un único gen aglutinador.

Esta cuestión determina la perspectiva a través de la cual, desde el cumplimiento de lo establecido por la Unesco en la Convención de Salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial —desarrollada en 2003—, las instituciones culturales han reconocido entre sus prioridades en los procesos de identificación, promulgación, estimulación, viabilidad e investigación, lo concerniente a la música tradicional y la construcción artesanal de sus instrumentos.

Ha sido un trabajo arduo, de varios años, el que nos ha permitido recoger información valiosísima acerca de estas expresiones o manifestaciones tradicionales, sobre las cuales exponemos aquí solo algunas ideas imprescindibles; años en los que hemos privilegiado el trabajo de campo a través de las visitas in situ, hemos convivido, intercambiado saberes y conocimientos, escudriñado los más preciados tesoros de los grupos portadores de nuestra región.

Deteniéndonos:

En el caso cubano, la estirpe subsahariana es la de mayor incidencia en estos procesos; precisamente, encontramos en el origen africano de elementos mágico-religiosos de la música ritual yoruba, bantú, iyesá, arará, longobá y abakuá, indicios que nos distinguen. Los nexos entre estas formas profanas se encuentran claramente en la música popular tradicional, especialmente en la rumba, el son y hasta en la tumba francesa. Del siglo xvii hasta hoy, la música de antecedente africano ha tenido un hondo proceso de transvaloración musical que ha modificado no solo los elementos formales, sino los modos de ejecución, los patrones rítmicos, el desarrollo melódico y tímbrico, y la conjunción armónica. No solo en el plano estético, sino en sus contextos histórico-sociales, extramusicales, ha cambiado la textura sonora.

Cuando se habla de música de origen africano, un elemento recurrente es hablar de los tambores y del sentido rítmico que les es inherente. La polirritmia y la estrecha relación entre lenguaje y música, y lenguaje y tambor son apreciables en expresiones identitarias de tipo laicas. Es muy común encontrar hoy, en manifestaciones netamente campesinas, instrumentos musicales de raíz africana, tales como el guayo, la tumbandera o kaolín, la marímbula, los tambores, así como elementos o remanentes lingüísticos referidos a estos bailes rurales, como la propia voz «caringa».

Específicamente en la región central de nuestro país han sido varios los componentes etnodemográficos que han forjado nuestra cultura popular tradicional por más de cuatro siglos de existencia, desde la influencia africana e hispánica —con sus principales atribuciones culturales—, hasta aquellas como la caribeña, asiática, norteamericana…, formando el etnos nación cubano que asimila cada aporte y lo hace suyo con la impronta distintiva que nos caracteriza.

Comenzamos con expresiones centenarias de procedencia africana de estirpe bantú pertenecientes a la región central de país, que mantienen como reliquia, por varias décadas, diversos elementos de su núcleo central. Además del distintivo baile de dicha región, con el nombre de makuta, y la presencia de cantos —efectuados «en lengua» algunos y en castellano otros—, cuentan también con enigmáticos instrumentos musicales.

Sagua la Grande:  El cabildo Kunalungo, expresión tradicional sagüera en la provincia Villa Clara. Esta cuenta con su controversial y auténtico catalina —tambor mayor de forma abarrilada, con una superficie donde aparece pintado el escudo de Cuba y tres franjas de los colores de la bandera: rojo, azul y blanco— y otro tambor menos peculiar de tipo yuka. Según informantes actuales, varios han sido sus tocadores; entre ellos, José Isabel Rosendo (Pabe), Tiburcio Cabrera, Pedro Alfonso Samá y Eusebio Arenas. Este último se destacó por el toque del cajón en la rumba. Sí, porque ya en la madrugada, concluyendo la makuta, se devuelven al altar los tambores y demás atributos ceremoniales y se colocan en el centro tumbadoras y cajones para comenzar la contagiosa rumba —de ahí el dicho popular cubano: «cambió de palo pa rumba».

Se dice que a los constructores de estos tambores sagrados se les profesa singular respeto y consideración, por la valía de sus obras dentro de la expresión. Algunos guardianes informantes cuentan también sobre la existencia de algunas fabulaciones y expresiones mitológicas relacionadas con el tambor catalina, como la que cuenta que, en la madrugada previa al día de la muerte de un kunalunguero, el tambor anuncia su deceso ejecutando, por sí solo y mágicamente, pequeños toques. También dicen que para afinar su membrana no hay mejor sustancia que la mezcla del dulce guayaba con telarañas.

Santa Isabel de las Lajas: En el barrio La guinea, perteneciente al municipio lajero en la provincia Cienfuegos, los instrumentos utilizados en los toques de makuta ofrecidos a San Antonio guardan mucha relación con aquellos construidos en África. Son fabricados artesanalmente, a base de un tronco robusto, de forma fusiforme —ancho en la cima y estrecho en la base— y perforado con fuego, cuya estructura membranófona es conformada por un parche. Se tocan por un solo lado y presentan gran sonoridad. Estos tambores se denominan caja o quimbando. Aunque no es común en la actualidad, en sus inicios se utilizaban unas maraquitas de güira cimarrona que eran sostenidas en las manos del cajero para darle más sonoridad al toque; se utilizó también la guataca. Al igual que el tambor catalina del Kunalungo sagüero, uno de los tambores, el tambor caja, tiene pintados un escudo cubano y la inscripción «Centro Africano de Lajas», colocados en la etapa de la pesudorrepública y celosamente resguardados por los fieles seguidores.

Camajuaní: En el municipio villaclareño encontramos una práctica tradicional festiva con significativos aportes a la cultura cubana, surge a raíz de la leyenda originada en el seno de una familia, de procedencia conga, residente en la zona de la curva de Santa Fe. Cuentan que, en el nacimiento de un pequeñín en el bohío de la familia Fusté, el bebé comenzó a sufrir convulsiones. Ante la angustia, los padres deciden acudir a los servicios de una popular y prestigiosa curandera, de origen canario, que vivía cerca del lugar, quien después de realizar rezos con ciertas hojas y hierbas, y derramar manteca de corojo en la cabecita del bebé, final y milagrosamente logra salvar al niño. Los Fusté le preguntan cuánto costaba tal servicio y ella les responde que lo único que deseaba era que todos los años, del 3 al 11 de mayo, celebraran en el bohío la velada de la Cruz de Mayo. Así, desde el año 1849 hasta nuestros días, en esas fechas se desarrolla ininterrumpidamente tan significativa fiesta de origen hispánico, pero toma una connotación especial al convertirse en un fenómeno totalmente auténtico y ecléctico por la incorporación de elementos de tipo africano.

Desde el punto de vista musical, se utiliza en la celebración un tambor de tipo yuka originario de la zona occidental del país. Según los informantes, se fabrica artesanalmente con troncos rústicos, preferiblemente del árbol del aguacate. Además, es frecuente usar cueros gruesos de buey para sus parches, clavados muy reciamente para sostener la tensión. También se encuentran maracas fabricadas con güiras cimarronas, una vez disecadas, recogidas en cuarto menguante. Pero la mayor peculiaridad musical de la celebración consiste en que se conoce como el único lugar en el planeta, donde practicantes de la regla Ocha tocan y bailan con tambor yuka, de origen bantú. Esta unidad se debe a que la dueña de la fiesta, Lidia Fusté, tiene santo hecho, Shangó; su esposo, quien hace malabares increíbles bailando sobre brasas de carbón, Oggún.

Palmira: Otro ejemplo de los instrumentos musicales elaborados artesanalmente por grupos portadores en el centro del país, específicamente en una comunidad de la provincia Cienfuegos, son los sagrados tambores de palo o cáñamo, componentes peculiares de los toques de santería o regla Ocha que se realizan en los cabildos de Santa Bárbara. Estos tambores son únicos también en toda Cuba, caracterizados por la belleza de su colorido, muy común en la cultura lucumí proveniente de la zona norte de Nigeria.

Sancti Spíritus: En la zona espirituana encontramos una manifestación tradicional muy singular, los coros de clave, agrupaciones cubanas peculiares por su sonoridad y presentación, con valores únicos dentro del patrimonio musical cubano. Se identifican por el canto colectivo a dos voces, donde intervienen instrumentos como el tambor de cuña y la marímbula. También sus cultores han sido capaces de construir estos instrumentos de procedencia africana.

Según consta en los archivos consultados, el formato de los coros de clave proviene de los orfeones españoles dirigidos por José Anselmo Clavé durante el siglo xix en Barcelona. Mientras, en Cuba esos cantos y toques colectivos sufren un proceso de transculturación al mezclarse con elementos de la cultura africana. De ahí surgen los coros de clave y guaguancó —como se les llamó en La Habana—, con la inclusión del tambor de cuña y la botija.

Cuentan que las presentaciones de estos formatos vocales e instrumentales ocurría casi siempre en las barriadas durante veladas festivas como la Navidad y demás celebraciones populares. Cuando coincidían estos eventos en el mismo lugar se producía una controversia musical entre las agrupaciones.

Los instrumentos utilizados evidencian la diversidad propia que contiene la música cubana: la guitarra, de herencia hispana; los bongoes en forma de cuña, de origen africano; y el tres, oriundo de Cuba. Además, se utilizaban las claves, las maracas y la botijuela, sustituida más tarde por la marímbula. Surge así el Coro de clave espirituano, agrupación encargada de preservar ese legado. Para ello mantiene un formato similar a sus orígenes, con alrededor de quince integrantes que interpretan los cantos a dos voces y ejecutan la marímbula, el tambor de cuña y el resto de los instrumentos.

Trinidad: Otra de las expresiones de relevancia como parte del patrimonio cultural vivo en la antigua provincia de Las Villas la evidenciamos en la histórica ciudad de Trinidad. Allí se cultiva la conocida tonada o fandango, modalidad única dentro del complejo de la rumba, consistente en una mezcla de giros melódicos provenientes de España y de ritmos africanos, con claves de hierro y tambor yuka.

En cuanto a su organología observamos cinco instrumentos: el tres, dos tambores, un güiro y una campana. Los tambores son fabricados de manera artesanal, también con madera del aguacate, y cuero de chivo o ternera, que le dan más durabilidad al instrumento. Para las cuñas de los tamborcitos se utiliza, sobre todo, la madera del marabú, preferiblemente del tipo «buen corazón», dejando un diámetro de diferencia donde se ejecuta la percusión entre un tambor y otro.

La tonada trinitaria es realizada por uno o hasta tres cantantes principales y un coro; se interpreta a dos voces o se puede hacer al unísono. El coro debe estar compuesto por hombres y mujeres para lograr así un trabajo más armónico. Para cada trinitario sus tonadas constituyen su sello distintivo, al ser diferentes al resto de los formatos cultivados en el todo el país. Durante nuestra labor de acompañamiento in situ se recogió la que dice:

Mi canto es para el pimpá y el tamarindo.

Mi canto es para el pimpa y el tamarindo.

Bajo su sombra feliz cantamos

lindas tonadas nativas de Trinidad…

En resumen, es la música, sin duda, manifestación artística que nos identifica y reconoce, en la cual los instrumentos musicales vienen a ocupar la columna vertebral en cada proceso artístico y cultural que le es inherente, más si se trata de elementos de carácter tradicional.

Han sido varios los individuos, familias, agrupaciones y comunidades portadoras de la cultura cubana las que han protagonizado, desde su entorno, estos procesos; y no solo como cultores o ejecutantes de una cultura, sino también como informantes y guardianes de la tradición. Todo ello nos reafirma que estamos en presencia de una joya que integra el patrimonio cultural de la nación como baluarte significativo e imprescindible de la identidad cultural cubana, de ahí el respeto y reconocimiento que le debemos brindar como parte de su sustentabilidad cultural.

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