Dossier,  Edición Nro. 0 Año 2020

Suite descriptiva, fotomelódica desde la memoria de un villaclareño (Agustín Jiménez Crespo in memoriam)

Angélica M. Solernou Martínez

 

Allá por agosto 28 de 1892 nacía, en la vecina villa de San Juan de los Remedios, uno de los más notables y modestos músicos de la región, Agustín Jiménez Crespo, conocido por muchos como Francisquillo. Desde pequeño sigue la estela esbozada por su padre, Francisco Jiménez Torres, al aprehender de este las primeras nociones musicales. En la temprana fecha de 1904 incursiona en la primera Banda infantil, asumiendo el roll de clarinete, bajo la batuta del maestro Desiderio Montalván; en ella, como resultado de sus logros, con el tiempo se agencia la plaza de clarinete principal.

La carrera iniciada a partir de la labor constante de su padre es perfilada en la Academia Valdés Montalván, de Remedios. Allí, bajo la tutela de María Montalván y Mariano Ortega, cursó materias imprescindibles en el aún incipiente oficio: Solfeo, Teoría, Armonía, Composición, Fuga y Contrapunto.

En 1913 gana, por oposición, la plaza de subdirector de la Banda Municipal, dirigida por esos tiempos por el maestro español radicado en la Isla, Domingo Martínez Sorando. Ya en Santa Clara recibe clases del profesor Pedro Sanjuan, sin olvidar el sobrio ejemplo del maestro Martínez Sorando. En 1918, se traslada nuevamente a la ciudad de Remedios, donde asumió la dirección de la Banda Municipal y de la Academia.

En 1925 es reconocido por el Ministerio de Educación, mediante la comisión de servicio civil, como Director Elegible de Bandas Municipales. En el período comprendido entre 1924 y 1926, por cuestiones profesionales, Jiménez viaja a la capital con frecuencia, lo que le permite compartir con importantes músicos del momento; paralelamente, funda en Remedios, junto a su esposa Carmen Valdés, el conservatorio Superior de Música «Valdés Crespo».

En esta época sucede una de las hazañas más conocidas de esta unión: la conformación de una banda de cincuenta y cinco saxofones que, hasta ese momento y hasta la actualidad, nunca antes fue repetida. Carmen poseía, igualmente, sólidos conocimientos de música, pues se desempeñaba como pianista y profesora, lo que significó un incentivo importante en ese momento de su vida hasta su deceso en 1926. La pérdida de su esposa constituyó entonces un duro golpe para el maestro.

A partir de 1930 comienza un segundo momento en la vida del maestro Agustín, al contraer nupcias con Ana Teresa González Reyes. Ambos legaron una descendencia de músicos que ha perpetuado su estirpe musical.

Además de los anteriormente mencionados, el maestro posee innumerables logros que han enriquecido el patrimonio musical y sonoro del centro de la Isla. A él se le debe la creación de seis bandas infantiles; dentro de estas, la Quinta Banda infantil, que se presentó en 1938 en el Palacio Presidencial, el Anfiteatro Nacional y en estaciones radiales como la CMQ. Jiménez Crespo estimuló la integración de discípulos y educandos a estas agrupaciones. Estuvo entre los primeros a nivel nacional y fue pionero en la región central, en la inclusión de féminas dentro de las nóminas de las bandas y orquestas. Además, fue el creador de nuestra orquesta en 1926, segunda de su tipo en el país, la cual, aún como «grupo sinfónico», llamó desde sus inicios: Orquesta Sinfónica de Las Villas. Pero era una época difícil, la economía y la necesidad afectaban la población y, por ende, el movimiento artístico del momento.

Uno de sus alumnos lo llegó a llamar «gran cincelador de artistas», pues tenía siempre como bandera, por encima de cualquier razón, la defensa y ponderación del arte, en especial, de la música, como expresión sublime del ser humano. Aparejado a esto y a la fe inquebrantable a sus ideales, el maestro tenía varios seguidores en el movimiento musical de la época, quienes, de conjunto, recaudaron dinero para adquirir, mediante la compra, su primer repertorio proveniente de Matanzas.

Ya en agosto 12 de 1927, con motivo de la inauguración del edificio de la Banda Municipal y la academia adjunta, ofrece un concierto junto a figuras del momento como Alejandro García Caturla, Blanca Soy y Eulalia Leiva, al piano; en la cuerda, Juan Valdés Montalván, Celedonio García y Félix Yera; en los vientos, Pablo García Torres, Abelardo Cuevas y José Miguel Sánchez, entre otros. Al repertorio de la orquesta contribuyó el pianista y compositor Alejandro García Caturla, lo que facilitó el acceso de la agrupación a las corrientes musicales más contemporáneas.

La unión de la genialidad de estos dos hombres constituyen bandera y galardón de lujo en la música de la región central del país, tanto para Cuba, como para el mundo. Ambos pujaban por un movimiento sinfónico, aún incipiente, en la nación. Poco a poco van ganando terreno y esa idea de 1926 se reafirma en 1935 al realizarse un concierto entre la Orquesta Sinfónica de Las Villas y la Coral Parroquial Santa Cecilia, de Remedios; la primera bajo su égida, la segunda bajo la batuta de fray Pedro Galdeano, quien también dedicó muchas horas de su tiempo a la práctica musical en el templo.

Varios escollos, limitaciones y penurias atravesó el proyecto de la orquesta a través del tiempo; no obstante, poco a poco ganó seguidores, se fue conformando la nómina y se erigieron, como pilares del movimiento, figuras como José María Montalván —subdirector de la misma—, Alejandro García Caturla, Humberto Carranza, Ana Teresa González, Francisco Loyola. La orquesta se nutrió de músicos de Camajuaní, Santa Clara, Placetas, Caibarién, Sagua la Grande, Cienfuegos y Sancti Spíritus, lo cual la enriquece y prestigia desde entonces. Siempre estuvo amenazada por la crisis y la necesidad, pero no claudicó. Ya para el año 1962 se organiza definitivamente y se oficializa al ser incorporada al Consejo Nacional de Cultura.

El 9 de octubre de 1976 la historia, en vida, del maestro Agustín Jiménez Crespo culmina, pero no su legado.

 

Suite…

A propósito de este número de El Eco de Las Villas dedicado al aniversario 200 de las parrandas de Remedios, ha venido al traste la remembranza de este remediano, villaclareño y cubano al que distingue —además de la vehemencia por la música como medio de expresión y recurso de humanización en la sociedad cubana de inicios del siglo xx— su innegable entrega y fe a sus ideales patrios, identitarios y nacionalistas, expresados como temas recurrentes en su poética de creación. Jiménez Crespo es considerado padre o pionero del sinfonismo en la región central de la Isla —expresión con la cual se distingue también, justamente, a su amigo y compañero Alejandro García Caturla—, mérito que es deber resaltar una y otra vez a lo largo de los años.

La obra cumbre de su ingenio, de su haber como maestro, pedagogo, investigador, compositor, músico de tradición familiar, remediano y villaclareño, lo constituye Las Parrandas remedianas. Suite, descriptiva, fotomelódica,  de 1937.

La obra en su totalidad consta de cinco partes. Al enfrentarte a la partitura, un aparente documento exiguo, añejo, nos enfrentamos a un mundo, un rico diapasón descriptivo de la fiesta, del hecho sonoro en sí. Sin necesidad de la experiencia auditiva aún, el intérprete es capaz de recorrer una tradición genuina, de carácter patrimonial, con una carga vivencial impregnada en las venas del compositor, quien, a modo de artífice del sonido, le da vida a la misma como obra. Cada una de las partes constituye, recorriendo con tino cada compás y anotación necesaria a la hora de su estudio y ejecución, una imagen musical a modo de descripción sonora de la fastuosa celebración parrandera.

 

Número 1: El pueblo duerme

Esta es la apertura de la obra. El silencio ensordecedor que demanda su propio nombre, así como los «efectos» que describe el compositor, sobrecojen al intérprete al enfrentarse a la pieza. El llamado de campana, lento, sobrio, pausado…, y los ronquidos, en voces de los intérpretes, que recrean el pueblo dormido en la madrugada del 24 de diciembre, abren paso a la «Canción del sueño», con indicación de pianissimo y dolce, a modo de nana, de susurro.

 

Número 2: El pueblo despierta

El «Repique de los barrios San Salvador y El Carmen» anuncia un cambio de carácter. El llamado de la atambora, singular instrumento creado por el ingenio local apegado a la tradición parrandera, marca el repique de San Salvador. El anuncio del fotuto con el caracol gigante propio de las costas cubanas nos lleva desde el sonido ancestral a nuestros orígenes insulares. Luego llega el llamado con el repique del barrio El Carmen, anunciando desde ya la entrada del otro Barrio en la contienda festiva.

 

Número 3: Entrada de los barrios y «La Aurora»

En la tercera parte se modifica el formato de la orquesta, reduciéndose al conjunto instituido por la tradición como piquete parrandero o charanga, compuesto por clarinetes en do, cornetín en la, trombón, bombardino, elicon o tuba y timbal. El llamado a los músicos se hace mediante el cornetín; comienza el timbal, en tiempo de polka, con el himno del barrio San Salvador; e inicia la función… Se declara la participación de los típicos fuegos artificiales o fuegos de artificio, en la nota de «se quemarán muchos cohetes, en la primera parte de la polka (…) voladores silvando», y luego, más adelante, «se detienen los voladores y cohetes».

Luego se presenta el barrio El Carmen, igualmente en tiempo de polka, con la reiteración de «cohetes con mayor profución [sic] muchos más voladores» hasta que termina el paseo.

«La Aurora» completa  nuevamente el conjunto instrumental que abre la obra, orquesta sinfónica en tempo andante y dinámica de pianissimo anunciando el momento de la mañana, alusión al canto de las aves y al llamado del gallo.

 

Número 4: Fuegos artificiales

Piquete, orquesta de parranda ampliada con la intervención del coro homofónico, a modo del canto del pueblo, en una tesitura cómoda y melodía sencilla. Se sugiere la imitación de ruidos y silbidos que recuerden la rueda de fuego parrandera: el sigsagueo de los fuegos, las luces de bengala, etc. El pueblo canta, en voz del coro: «¡Ay, ven ahora, aquí te espero!, ¡Ay, ven ahora, Sansarí, que aquí te espero!»; así va interviniendo el coro durante la obra, de forma alterna, con cantos propios de la tradición, cantos de desafío que instan al pueblo que defiende cada barrio a defender su grupo, aunque al final, como dice la tradición, el ganador es siempre el pueblo.

Esta sección la cierra «El célebre Lucumí», que anuncia la participación de maracas, palos, cencerros, caja y mocú, con la petición de «frotar con los dedos imitando la guitarra» realizada a las cuerdas de la orquesta en las vastas indicaciones del autor para la ejecución instrumental.

 

Número 5: Retirada de los barrios y final

En la última parte aparece la orquesta completa, en tempo allegro y con la intervención del coro: «¡Viva, viva San Salvador! ¡Ahí viene Perico con su cornetín y to’, lo’ Carmelita tienen que morir!…» y, anunciando un tempo más movido, responde el otro grupo: «¡Evacúa Sansarí, evacúa…!».

Con la indicación en la partitura de «Grandioso», la obra llega a su sección conclusiva, a toda orquesta y coro clamando «¡Viva el Carmen con fervor y viva San Salvador!». Con indicación de «Fortísimo» responden: «¡Viva!».

 

Por el valor intrínseco de esta obra, al testimoniar una tradición de basamento religioso modificada por el pueblo a lo largo de los años, y por constituir un recorrido fotomelódico de la práctica sociomusical de la parranda remediana —construido a partir del testimonio, en 1937, de parranderos muy ancianos que habían vivido la práctica desde sus orígenes, practicantes entrevistados por el autor, y las propias vivencias del compositor—, hemos decidido propiciar este encuentro con la vida y la labor de Agustín Jiménez Crespo. Asimismo, ofrecer un relato descriptivo de la obra para el conocimiento del público en general.

En este empeño ha sido imprescindible la ayuda, colaboración y apoyo de su hijo, el también importante y fiel músico villaclareño Manuel Jiménez González, heredero de la remedianidad y la cubanía hasta sus entrañas. A él, a su familia, y a su condición multifacética de hombre, hijo, músico, intérprete, director de orquesta y pedagogo, heredero del legado familiar de entrega y total compromiso con la música de Las Villas, agradecemos este trabajo.

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