Edición Nro. 1 Año 2021,  Ritornello musical

Un centenario para recordar: el fallecimiento de Ana Aguado, La Calandria cienfueguera

Alegna Jacomino Ruiz

 

Decía el Apóstol que «la patria requiere más actos que palabras».[1] Así lo ratificó a lo largo de toda su vida Ana Carlota de la Cruz Aguado Andreu (1866-1921), La Calandria cienfueguera, apodo que conquistó desde sus primeras incursiones en la música, por sus condiciones vocales de soprano.

Ana Aguado fue la mayor de cuatro hermanos,[2] frutos del matrimonio de Andrés Aguado Salinas y Carolina Andreu. La familia, de ascendencia española, se establece por primera vez en Cuba en la villa de Trinidad y se trasladan a Fernandina de Jagua en 1825, cuando solo habían transcurrido seis años desde la fundación de la perla sureña. Allí se acerca a la música mediante los estudios de solfeo y su ingreso en la escuela de Rafaela González.

A sus diez años de edad la familia se traslada a La Coruña, España, donde recibió clases del pianista Casas y, de canto, con el presbítero Antonio Díaz.[3] Allí realiza su debut; sin embargo, a la joven Aguado se le avecinaba una vida marcada por la combinación patria-música. Regresó a Cienfuegos en los ochenta del siglo xix. Dejaba atrás una trayectoria artística que le había valido un contrato como profesional en el Liceo Brigantino de La Coruña.

Luego de la guerra de los Diez Años, las consecuencias en el terreno de la cultura fueron funestas: Cienfuegos arrastraba el silencio de su ciudad tras las ruinas de los acontecimientos ocurridos. En medio de ese contexto, Ana Aguado inicia su obra de reconstrucción social y artística. Localiza el talento artístico local y se preocupa por el estado físico y moral de cada uno. Bajo su influjo socializador, el centro social El Artesano pasó de ser mero pasatiempo a un respetado espacio artístico-cultural por medio de la transformación de sus estatutos. Conformó el trío francés La Montañesa (piano, violín y flauta), agrupación que interpretaba contradanzas, minués, gavotas, paspiés. Uno de sus conciertos más importantes fue el efectuado el 8 de julio de 1888, en el que, entre otras piezas, interpretaron la romanza Stelle d´Amore, de Laureano Fuentes Matons.

Uno de los miembros de este trío era Guillermo Tomás, quien, además de desempeñarse como flautista, sería el gran amor de Ana. Intereses comunes e ideales compartidos marcarán la vida y la obra de estos dos artistas, quienes, por encima de todo, profesaban pasión por Cuba. Sin embargo, la convulsa situación que vivía el país obliga a la pareja a expatriarse y es en Brooklyn, Estados Unidos, donde contraen matrimonio el 19 de mayo de 1890. Desde entonces se incorporan a la emigración revolucionaria, en el club presidido por el pianista y profesor de canto Emilio Agramonte.

Ana y Guillermo participaron en conciertos con fines recaudatorios organizados por los clubes revolucionarios cubanos, entre ellos, el club Los Independientes. Se destaca, por ejemplo, la actuación en el Hardman Hall (16 de junio de 1890), organizada por José Martí. En el programa del concierto se interpretaron obras de compositores cubanos como el Vals de Laureano Fuentes Matons y El Arpa de José Manuel Jiménez. Días antes, el 7 de junio, José Martí le escribe una carta a Ana Aguado donde reconoce la labor que ella y su esposo realizan por la causa cubana:

mis compañeros y yo estimamos la benevolencia con que se presta usted a ayudar, con la fama de su nombre y el encanto de su voz. Los tiempos turbios de nuestra tierra necesitan de estos consuelos. Para disponerse a morir es necesario oír antes la voz de una mujer […] Lo muy atareado de mi vida, y el temor de parecerle intruso, han sido la causa de que no fuese en persona, como me lo manda mi sincero afecto, agradecer a usted y a su esposo el servicio que nos presta, y es a mis ojos mucho mayor por lo espontáneo. Pero tendré, a la primera ocasión, especial placer en estrechar la mano del señor Tomás, y ponerme a los pies de nuestra noble y admirada artista.[4]

La Sociedad de Literatura Hispanoamericana, en The Berkeley Lyceum, acogió también la voz de Ana el 10 de diciembre de 1895, en una velada con orquesta de cámara, compuesta por flauta (Tomás), violín (Pedro Salazar), violoncello (Leótine Gaitner), piano (Yara Fuentes e Isabel Caballero) y harmonium (Rafael Navarro).

Tras una larga estancia en tierra norteamericana, el matrimonio decide regresar a la patria para continuar, desde la música, la lucha por la independencia. Para esa época Ana comenzaba a sentir un desgaste en sus cuerdas vocales debido a las constantes giras y conciertos con que recaudaba fondos para la causa independentista. Por esta razón, cuando termina la guerra y se instaura la República, la familia —que ya contaba con un descendiente—[5] deja atrás las alabanzas y el porvenir asegurado en los Estados Unidos.

Al regreso a la patria, en enero de 1899, el matrimonio se incorpora al claustro del Conservatorio Nacional de Música, que dirigía el compositor holandés-cubano Hubert de Blanck.[6]  Lo habían conocido durante los años de exilio, cuando este sobrevivía en Nueva York impartiendo clases privadas y como pianista acompañante. De Blanck se integró al grupo de artistas cubanos que recaudaban fondos para la independencia de Cuba, entre los que se encontraban Ana, Guillermo, el pianista y profesor Emilio Agramonte y el tenor Emilio Gogorza. Por esa época compone Paráfrasis, obra para piano basada en el Himno de Bayamo, estrenada en uno de los eventos patrióticos de los emigrados. La amistad entre el compositor y el matrimonio Aguado-Tomás trascendería al llegar a La Habana.

Con el paso del tiempo, el interés de la señora Aguado de Tomás por crear un instituto especializado en técnica vocal, se hizo cada vez mayor. Por tal motivo, el matrimonio funda el Instituto Vocal Aguado-Tomás en la calle Reina n.o 120. En uno de los sueltos impresos para la propaganda se reproducía una frase de Schumann que resumía muy bien el interés de la institución: «Si tienes una buena voz no pierdas la oportunidad de cultivarla, pues es el don más precioso que te ha venido del cielo».[7]

El Instituto, según declaraban sus directores fundadores, aplicaba los métodos de la escuela neoyorkina de Agramonte[8] (incluía leguas, elocución y teatro en el programa) y de las escuelas europeas (que insistían en la preparación intelectual y moral).[9] Por otra parte, consideraron pertinente la concepción armónica de la educación, el conocimiento y la cultura impulsada por José de la Luz y Caballero para la formación de hombres que redimieran a la patria y que, desde el conocimiento de los males del país, fundaran un pueblo nuevo; hombres libres de conciencia y no vasallos; hombres que, a través del ejercicio del pensamiento, conquistaran la independencia de su pueblo y fueran capaces de construir la nueva nación.[10] Por tanto, aunque el matrimonio Aguado-Tomás se hubiese declarado seguidor de la escuela neoyorkina de Agramonte, un ambiente de ideas, proyecciones y concepciones de esencia patriótica y pedagógica pululaba en la intelectualidad cubana de finales del siglo xix. La música y su enseñanza no quedarían relegadas.

El Instituto Vocal Aguado-Tomás fue el primer proyecto importante del matrimonio en la capital cubana. Se impartieron materias similares a las que hoy integran el currículo base: Fisiología, Estudios de Estilo y de Repertorio, Análisis e Interpretación, Vocalización, Ejercicios Preliminares y Graduales, Canto Llano, Música Secular y Música Religiosa. Las clases se impartían tres veces por semana. El aprendizaje de la técnica vocal con todo el complementario proceso formativo, significaba un avance para la didáctica artístico-musical de la época.

Por otra parte, se conoce que en el cumpleaños treinta y cinco de Guillermo Tomás, entonces director de la Banda Municipal de La Habana y la Escuela de Música «Dr. Juan Ramón O’Farril», concurrieron a su casa los profesores de esa academia y le dedicaron una linda serenata. La gran sorpresa de la noche fue el coro integrado por los músicos de la banda y el canto de Ana, quien, acompañándose al piano, regaló la romanza ¡No me amaba! y la canción descriptiva The Tempest.[11] Tiempo después, aquel coro que había invadido la casa del maestro se convertiría en La Lira Habanera y, más tarde, constituiría el Orfeón Municipal. Una de las piezas que integraba su repertorio era El Credo de la Misa Santa Cecilia, de Charles F. Gounod (1818-1893), lo que denota el alcance y profesionalismo de la agrupación.

La unión de Ana y Guillermo hizo relucir proyectos que sembraron precedentes para la historia de la música cubana. Cada uno brillaba con su luz, pero juntos podían derribar cualquier barrera.

Ana Aguado fallece con cincuenta y cinco años de edad, en la madrugada del 6 de mayo de 1921. Su muerte fue un duro golpe para Guillermo, quien, inspirado en su recuerdo, compone Cuentas de mi rosario. La suite constó de cuatro partes: «Rogad a Dios por su alma», «La voluntad de Dios», «Eterno recuerdo» y «Yo la sostuve en mis brazos […] Como ilusión se deshizo, como fantasma se fue ¶».[12] La estrenó la Banda Municipal de La Habana el año siguiente, en el acto del Teatro Nacional (8 de mayo de 1922) para conmemorar el deceso de la insigne músico y patriota.

El programa tuvo siete momentos en los cuales se intercalaba, junto a la música dedicada a Ana Aguado, poemas compuestos por destacadas personalidades de la cultura cubana y cienfueguera. Se pueden destacar en esa presentación la plegaria A Anita, de Modesto Fraga, interpretada por la Banda Municipal; los fragmentos del estudio biográfico Ana Aguado y Andreu, por Miguel Ángel de la Torre, leídos por el señor José Sánchez; José Antonio Rodríguez estrenó su Suite elegíaca, compuesta por «El Dolor», «La Oración» y «La Resignación».

Ese día la Banda Municipal interpretó la pieza Elegía, compuesta por Rafael Pastor a la memoria de Anita. En las palabras del programa se evidenciaba la admiración que le profesaban los artistas y el convencimiento de la lamentable pérdida: «hasta que una madrugada [como reprodujo el programa de la velada], la madrugada de un día sereno del florido mes de los Ensueños, al escalofriante tañido de broncínea esquila, vibró la luz, y mil ángeles rodearon su lecho de dolor, y ella les sonrió y con ellos se fué [sic]».[13]

El concierto terminó justamente con Cuentas de mi rosario, del maestro Guillermo. Esta obra también venía acompañada de una pequeña nota: «Vosotros que la conocisteis, que la amasteis porque comprendisteis la pureza de su corazón, ¡levantad los ojos al cielo y rogad a Dios por su alma!».[14]

La vida de Ana Aguado, aunque corta, fue muy intensa. Su excepcional voz la hizo triunfar en su tierra natal y los más aristocráticos escenarios de España y Estados Unidos. Su devoción por la ansiada libertad de Cuba la convirtieron en un referente de mujer cubana, patriota y artista. La creación de su Instituto Vocal, uno de los primeros instituidos en la isla, sentó pautas para la pedagogía vocal-coral en Cuba.

Este centenario de su fallecimiento nos debe llevar hacia la más profunda reflexión de los auténticos valores de una mujer que, ante todo, luchó por el amor de su patria.

[1] Valdés Galarraga, Ramiro (2004). Diccionario del Pensamiento Martiano. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, p. 489.

[2] Sus hermanos fueron Antonio Rafael, Inocencio Enrique y Juana Locadia., nacidos en 1867, 1869 y 1876, respectivamente.

[3] Hernández, Carmen (1922). Biografía de la genial, artista y ferviente patriota cienfueguera Ana Carlota de la Cruz Aguado y Andreu de Tomás. La Habana: Imprenta y papelería de Rambla, Bouza y CA, p. 18.

[4] Martí, José (1975). Carta a Ana Aguado de Tomás, 7 de junio de 1890. Obras completas. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, t. 20.

[5] Eduardo Tomás Aguado, hijo del matrimonio, tenía dos años de edad en 1898.

[6] El Conservatorio Nacional de Música estaba en Galiano n.o 124 altos había sido fundado por Hubert de Blanck en su primera entrada a Cuba, el 1ro de octubre de 1885, aunque entonces se denominaba Conservatorio de Música y Declamación y se ubicaba en la calle Prado.

[7] Suelto sobre la fundación del Instituto Vocal Aguado-Tomás, 1899.

[8] Véase Martí, José (1975). «La Escuela de Ópera y Oratorio de Emilio Agramonte» y «Emilio Agramonte». Obras completas, t. V. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales.

[9] Vease Álvarez De Zayas, Rita María (1997). Hacia un curriculum integral y contextualizado. La Habana: Editorial Academia.

[10] Véase Martí, José (1894). «José de la Luz y Caballero». Patria, 17 de noviembre. También Torres-Cuevas, Eduardo (2016). En busca de la cubanidad, t. III. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales.

[11] Véase la revista artístico-literaria Cuba Musical, n.o 39, 1 de abril de 1905. Director-propietario J. Marín Varona.

[12] El signo llamado calderón representaba la suspensión del movimiento del compás.

[13] Programa. Concierto de la Banda y Escuela Municipal de Música de La Habana en conmemoración lírico-literaria del triste aniversario del fallecimiento de la señora Ana Aguado de Tomás, 8 de mayo de 1922 en el Teatro Nacional, a las 4:30 p. m. de la tarde: hora fija.

[14] Ídem.

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