Dossier,  Edición Nro. 1 Año 2021

Catalina Berroa al compás de su biografía

Osneidy León Bermúdez

Ana Margarita Gómez Rodríguez

 

Al morir Catalina Berroa (1849-1911) nada dispuso sobre su cuerpo. Dejó en testamento[1] sus casas, entre ellas, la ubicada todavía hoy en la calle Chinquinquirá, Trinidad, memorable por cobijar las conocidas tertulias de Catana, como cariñosamente la llamaron sus amigos. Dejó también sus instrumentos musicales: su violín amarillo para su discípulo y nieto por adopción, Arístides Jiménez y Escobarrubia; su guitarra y su piano para Juan Bautista Escocia y Ángel Zambrano. Con ello legaba un caudal de notas y ejecutorias, de letras y partituras, de armonía y color de pueblo, de sonoridades de academia y magisterio.

Esta trinitaria a quien la historia y la investigación aún mucho deben, fue instrumentista virtuosa de cerca de ocho instrumentos,[2] compositora versátil de canciones, valses y guarachas; directora de coro y orquesta, y maestra y promotora del arte que disfrutaba: la música. Un mérito mayor la acompaña, pues, como afirma Alicia Valdés Cantero en su Diccionario de mujeres notables en la música cubana, Catalina Berroa fue «la primera mujer compositora nacida en Cuba y la iniciadora del movimiento cancionístico en Trinidad».[3]

Todo acercamiento a la figura de Catalina Berroa encuentra como carta de presentación dos aspectos insoslayables: uno, el ser tía y profesora del relevante y reconocido músico trinitario, Lico Jiménez; y dos, el ser la autora de la pieza La Trinitaria, devenida himno de la localidad hasta nuestros días. La investigación que profundiza en documentos de la época y actuales, y revisa tanto estudios académicos como papelería y apuntes manuscritos, devela una imagen más nítida de esta compositora.

Estas páginas intentan dibujarle una biografía —un perfil que la ubique en la Trinidad de academias de arte, veladas y tertulias— en el panorama musical de Las Villas. Ante todo, es un aplauso a la gran artista, que se suma a la perpetuidad que el pueblo trinitario le ofrece: una tarja de mármol en su honor se puede apreciar hoy día en su casa de la calle Chinquinquirá; en la celebración de Santa Cecilia, patrona de los músicos, cada 22 de noviembre la Banda Municipal recorre las calles trinitarias para interpretar las notas de su canción más conocida; en igual fecha, víspera del aniversario de muerte de la Berroa, las mujeres de la Logia de los Orfelos visten de blanco en una velada para recordarla.

Durante la segunda mitad del siglo xix Trinidad fue prolífera en el arte. La música obtiene renombre nacional e internacional, puesto que hubo por esos años un auge de academias que permitió el estudio a niños y jóvenes con aptitudes musicales. Era común la realización de conciertos de cámara en el Teatro Brunet, con colosal asistencia por parte del público. También eran reconocidos la Sección Filarmónica de Trinidad, sociedad que agrupaba a los músicos, y el coro de la iglesia católica Santísima Trinidad.

En este contexto nace Catalina Berroa,[4] el 28 de febrero de 1849, en una pequeña casa de embarro en la calle Guaurabo. Su nacimiento como hija del mestizo José Manuel Berroa, pianista profesional que logra tener su propia agrupación, y su relación familiar con los Jiménez, excelentes directores de orquesta y ejecutores musicales trinitarios, auguran un feliz desempeño musical. Todo el entorno hogareño favoreció su preparación artística, pues tuvo otros parientes que integran la historia armoniosa de Trinidad, tal es el caso del compositor y cornetista, fundador y director de la Banda Municipal de Trinidad, Tomás Dávila, y sus hijos, también músicos.[5]

Aunque la enseñanza que recibe Catalina Berroa de su propia familia resultó medular en su formación, no resulta la única vía usada por esta trinitaria para aprender música. Estarán además los estudios que cursó en academias de la propia ciudad o bajo la tutela de un profesional también dedicado a la docencia, como se acostumbraba en la época. Si bien su padre le proporcionó nociones elementales, la destacada profesora y pianista trinitaria Acela Duffay y Pérez la toma como alumna y colabora especialmente en su formación.

Todo lo anterior contribuye a que ya en la adolescencia Catalina ejecutara instrumentos musicales considerados «serios» —por lo riguroso de las técnicas para su interpretación—: piano, órgano, violín, guitarra, flauta y cornetín. Posteriormente, José Julián Jiménez, el padre de Lico, valorando las condiciones de ambos jóvenes y las de Nicasio, su primogénito, continúa este adiestramiento durante varios años, hasta lograr conformar un cuarteto de cuerdas.

Catalina demostró tanto virtuosismo en la ejecución instrumental, que resultó una sorpresa para su propia familia. Su genio la llevó a ser muy buena instrumentista, destacada sobre todo en el piano, instrumento que siempre prefirió.[6] Resultado de su prodigio en la música, La trinitaria es la primera obra musical compuesta por Catalina Berroa con apenas dieciocho años. Se trata de una canción con ritmo de habanera,[7] escrita para guitarra y piano, en 1867:

Trinitaria, eres prueba divina

de lo bello que en Cuba se encierra.

Si eres linda, también lo es tu tierra,

que en lo hermoso parece un Edén.

Entre lomas, se mece tu cuna

que embalsama las brisas errantes

y que arroyos de plata brillantes

acaricia soñando también.[8]

Desde su título y el primer verso, en la composición se precisa un sujeto mujer colectivo con demarcación regional: la trinitaria. Esta canción remeda el cortejo galante a la mujer trinitaria, para privilegiar la descripción y elogio del espacio-lugar Trinidad, toda vez que, al modo romántico, las cualidades acariciadoras de la trinitaria se imbrican con las del terruño edénico. La expresión del sentimiento de amor a Trinidad en esta pieza la lleva a ser considerada un himno para la ciudad, y en ello pervive la fama de su creadora, si bien entonces constituyó una presentación de la educación cuidada de Catalina Berroa, quien recién comenzaba a mostrar los atisbos de un talento sin igual.

De joven fue elegante y usaba hermosos vestidos a la moda, preferentemente blancos, puesto que se proclamaba amante de la paz. Sin embargo, su amor y dedicación a la música la mantuvieron alejada de cualquier relación amorosa, hasta que, finalmente, a la edad de cincuenta y dos años, conoce al que será su esposo hasta la muerte. Su nombre era Lucas Jiménez, herrero de oficio, viudo de cincuenta y un años, natural de Cienfuegos. Contraen matrimonio el 20 de mayo de 1901 en la Iglesia de San Francisco de Paula.[9]

Muy pronto, el humilde hogar de este matrimonio en la calle Chinquinquirá devino espacio para la difusión de la música y la cultura, a través de las conocidas tertulias. Con frecuencia se reunían artistas y admiradores de la villa a escuchar sus fabulosas interpretaciones.[10] Personalidades importantes de paso por la ciudad no dejaban de visitarla, entre ellas estuvieron Juventino Rosas y Claudio José Brindis de Salas, El Paganini Negro, considerado hoy día el mejor violinista de la época.[11] También quiso conocerla el guitarrista Gelabert, quien le pidió que interpretara una de sus piezas; la maestra dejó correr sus dedos sobre las cuerdas de la guitarra y se dice que, al concluir, Gelabert expresó: «Y después de escucharla a usted, ¿qué puedo yo interpretar?».[12]

Berroa no tuvo descendencia, mas fue querida por todos sus sobrinos, sobre todo por Lico, quien era considerado por Bartolomé Vidal como una prolongación de Catalina Berroa: consiguió todo el reconocimiento mundial del que ella no pudo disfrutar, pero, como coherentemente supone: «Tal vez Lico ya en su sitial de honor en Alemania habría dicho: esto se lo debo á [sic] mi tía y maestra Catalina Berroa», pues la correspondía en este cariño familiar y profesional, incluso cuando la nostalgia lo consumía en Hamburgo. En una carta que le escribe desde allí, se desahoga diciéndole: «al rodar el tren por las paralelas alemanas, las ruedas semejan una eterna canción lejana, que mucho me hablan de mi Cuba y de mi música».[13]

De manera similar, Arístides Jiménez y Escobarrubia, trinitario interesado por la música, gozó del afecto de Catalina, quien siempre lo consideró como su nieto. Como resultado de su enseñanza llegó a ser director de la Banda Municipal de Trinidad a partir de 1943. La mayor muestra del aprecio que sentía la maestra por Arístides fue la de entregarle en herencia su famoso y magnífico violín amarillo.

En 1871, la Berroa asumió el cargo de directora y organista del coro parroquial[14] en la iglesia-convento San Francisco de Asís, de Trinidad. En el periódico El Telégrafo puede leerse: «la misa solemne, cuya música creemos nueva en ésta, agradó sobremanera y con doble motivo, al ser interpretada tan fielmente por los estimados profesores Catalina Berroa y Juan Crisóstomo».[15] La difícil tarea de dirigir el coro es la que determina su experiencia pedagógica, aunque el magisterio ya lo había aprendido en su labor de dirección. Enseñaba con amor las técnicas para colocar la voz adecuadamente y explotarla al máximo, sin tratar de sobresalir o discrepar en un coro de muchos integrantes. En este cargo se mantiene hasta que el convento fue ocupado por tropas españolas; luego, en 1892, con la inauguración de la nueva parroquial, continuó en ese cargo por más de cuarenta años.

Son valiosas las composiciones de Berroa que vieron la luz en estas décadas; dentro de las religiosas se encuentran Flores de mayo, para coro y piano; La virgen de Cuba, para coro; Osalularis, para violín y órgano; y Salve a dos voces, para violín y órgano. En el Archivo Parroquial de Trinidad se conserva hoy la partitura de la marcha Conchita. Realizó, además, arreglos musicales a obras de famosos compositores de la época.

En 1880, Catalina Berroa se traslada a vivir a la calle Rosario, esquina San Luis. Su cuñado José Julián le propone fundar aquí una academia de música y rápidamente hacen realidad la idea. Así lo anunció El Telégrafo: «El artista trinitario José Julián Jiménez que ha organizado una buena orquesta en esta ciudad, ha tomado para academia la casa calle del Rosario esquina a San Luis, la cual se ha arreglado para que sirva también como salón de baile, inaugurándose con uno que tendrá lugar la noche de hoy Sábado».[16]

Otras dos ocupaciones de Catalina Berroa fueron parte importante de la vida musical trinitaria. Integró un trío de cámara donde tocaba el cello, junto a Ana Luisa Vivanco (piano) y Manuel Jiménez (violín), que interpretaba piezas de destacadísimos músicos extranjeros como Joseph Haydn, Ludwing van Beethoven y Wolfgang Amadeus Mozart. Trabajó como plantilla fija en la orquesta dirigida por Tomás Dávila para el teatro Brunet, principal institución cultural de la época en Trinidad. En apuntes realizados por la Sra. Rosalía Fernández Quevedo, viuda de Bidegaray, se asegura que Catalina Berroa fue la única mujer que llegó a tocar en la orquesta de este teatro.[17]

Con regularidad, amenizaba banquetes y bodas, y participaba en conciertos y veladas benéficas. En un anuncio de El Telégrafo se comunica: «La noche de mañana es la designada para el gran concierto que en el coliseo de esta ciudad darán los trinitarios artistas Julián y Manuel Jiménez, acompañados de la Srita. Jiménez».[18] Colaboró, además, como profesora voluntaria de la Sociedad de Socorro Mutuo para Gente de Color, donde muchos músicos locales tuvieron el privilegio de ser sus alumnos.

Su labor como benefactora fue recogida y valorada por la prensa local, como en la reseña del concierto ofrecido en el Asilo de Beneficencia y Hospital de Caridad: «la modestísima Catalina Berroa formó parte de la función, tocando el violín de la manera magistral que ella sabe».[19] El perfil de esta labor la anima a escribir los valses Cecilia, para piano y banda, y Las flores y El negro Miguel, para piano. Lamentablemente hoy no se conservan copias ni escritas ni fonográficas, ni trasmitidas por tradición oral, de estas piezas musicales.

La nómina de su obra debe agradecérsele a los estudios realizados por la reconocida musicóloga Alicia Valdés en su diccionario. Esta autora recoge los títulos: La trinitaria (1867), Canción a Belisa (1902), La Josefa (1902), Tu delirio (1902), Canción (1902), La reja (s/f), La conciencia (s/f), El talismán (s/f), Rosa gentil (s/f), Condenado (s/f), La súplica (s/f). La mayoría de las fechadas pertenecen al año 1902, momento crucial en su vida por la experiencia del matrimonio y la habilitación de la casa donde desarrolló sus famosas tertulias. De todos los títulos solo es posible mostrar las letras de tres composiciones: La Josefa, Tu delirio y Canción a Belisa, recopiladas a partir de antiguas revistas trinitarias y de las bondades de las logias y los trovadores trinitarios.

La Josefa

¿Por qué oculta te encuentras, mi bien?

¿Quién te oprime, mujer seductora?

¿Es sueño inhumano el que goza

contemplando tu rostro afligido?

Dame solo, Josefa, la esperanza

y consiente que rompa atrevido

las pesadas cadenas que oprime

de su vida la dulce existencia.[20]

Tu delirio

Cuando admiro tu faz redentora

y admiro tus lánguidos ojos

se me cubre el alma de enojos

al ver que me niegas tu amor.

Dime, dime, mujer hechicera,

¿por qué darme tan crueles tormentos

y quitarme los gratos momentos

en que pueda gozar de tu amor? [21]

Canción a Belisa

Si pudiera borrar de mi alma

el recuerdo de haberte querido

erigiera un altar al olvido

un sepulcro a mi amargo dolor.

Tus pasados halagos, Belisa,

son recuerdo de virgen querida

que avivaron, que hieren mi vida,

que me agobian con fiero rigor.

Yo no puedo culparte, bien mío.

El destino tan solo maldigo.

El destino, impasible enemigo

de mi dicha, mi amor y mi fe.

Y conforme al decreto divino

voy sumiso llevando mi suerte,

esperando tranquilo la muerte

que con la muerte la paz hallaré.[22]

El hilo del desamor ensarta las letras de estas tres canciones, y, como cabos sueltos, quedan lecturas posibles sobre la mujer. Sin dudas, el análisis de estos textos resulta tarea pendiente para futuras exégesis, más felices en tanto se disponga de un mayor número de textos y otros referentes. Aun cuando no traspase los límites de la conjetura, se abraza la idea de que las composiciones de Catalina Berroa no representan una expresión íntima, la suya, sino una instancia de la escritura pública en la que se sabe que se crea para otro: compositores, intérpretes, público.

Se reitera su preferencia por los asuntos del amor galante, las cuitas de amor, puesto que generalmente resultan universales y actuales. Al respecto, María Teresa Linares (2012-2013)[23] comenta que la finalidad más frecuente de las canciones del siglo xix era el de ser usadas en serenatas, lo que resulta coherente con las letras de canciones revisadas.

La músico y promotora organiza también por mucho tiempo las célebres veladas de la sociedad La luz, donde se disfrutaba de un ambiente jovial y de grandes bailadores. En este tiempo compone las guarachas De la Habana al cerro (s/f) y La cena del gato (s/f). Así se mantiene hasta que sus fuerzas la traicionan y se enferma mortalmente: Catalina Berroa muere en Trinidad, el 23 de noviembre de 1911, a la edad de sesenta y dos años. Debido a su devoción religiosa y a los cargos desempeñados en las distintas iglesias de la villa, sus restos yacen en el Cementerio Católico de la ciudad.

Logró ser reconocida por alumnos, colegas, familiares, allegados y amigos, por la prensa y la intelectualidad de la época, por el público trinitario. La integración al quehacer musical de la villa en los siglos xix y xx, hace que el nombre de Catalina se afilie a la Unión Sindical de Músicos, mientras que su reconocimiento en vida permitió su membresía en la Sección Filarmónica de Trinidad y la presidencia de esta en 1891, por su destacada labor.

Otros reconocimientos, la mayoría de los que hoy ostenta, vinieron después de su muerte, a manera de declaración de la valía de la compositora trinitaria para el panorama musical local y nacional. Todos se basan, a la vez que lo reafirman, en el meritorio y afamado quehacer artístico de Catalina Berroa que la hace nombre obligado en el patrimonio musical de la región central.

 

[1] Testamento de Catalina Berroa. Fuente: archivo personal de la investigadora Bárbara Venegas (Trinidad)

[2] Entre los principales escollos de la investigación académica Estudio histórico-biográfico de la compositora trinitaria Catalina Berroa, de Ana Margarita Gómez Rodríguez y Osneidy León Bermúdez, se sitúa la cantidad de instrumentos que era capaz de interpretar Catalina Berroa y la identificación de ellos. Referencias dispersas permiten integrar una lista de nueve, aunque oscilan generalmente entre siete y ocho. Se conoce, por su testamento, que deja en herencia tres: guitarra, piano y violín; y por otras fuentes, que utiliza el órgano en sus labores en las iglesias y el cello como integrante del Trío de Cámara. Hay registros de que también tocaba la flauta y el cornetín, el arpa y el laúd.

[3] Valdés Cantero, Alicia (2005). Diccionario de mujeres notables en la música cubana. La Habana: Ediciones Unión, p. 94.

[4] Su nombre completo fue María Catalina Prudencia Román de Berroa y Ojea (Valdés, ob. cit., p. 94).

[5] Véase Marín Villafuerte, Francisco (1945). Historia de Trinidad. La Habana: Editor Jesús Montero, p. 334.

[6] Dalmau Montesinos, Pablo [1992]. Trabajo inédito sobre la familia Jiménez. Fondos Raros de la Biblioteca Pública «Gustavo Izquierdo Tardío», Trinidad.

[7] Como tal se declara en la partitura facilitada por Radamés Giro (2009), en su Diccionario enciclopédico de la música en Cuba. La Habana: Editorial Letras Cubanas, p. 109.

[8] En Trinidad de Cuba. Revista Mensual Ilustrada. Órgano Oficial de la Asociación Pro-Trinidad, n.o 3, julio de 1956.

[9] Libro de Matrimonios de Color. Tomo 2. Folio 118. Iglesia de San Francisco de Paula. 20 de mayo de 1901.

[10] Dalmau Montesinos, ob. cit.

[11] Vidal, Bartolomé [s.f.]. Catalina Berroa. (Manuscrito) Museo Nacional de la Música.

[12] En Boggiano Sánchez, César Francisco (2016). «Acercamiento pedagógico y musical a Catalina Berroa, Lico Jiménez y Julio Cueva Díaz». Atlante. Cuadernos de Educación y Desarrollo, 2.a época, noviembre. En línea: http://www.eumed.net/rev/atlante/2016/11/berroa.html.

[13] Vidal, Bartolomé, ob. cit.

[14] Según Marta Marcos en su texto Cien años de vida. Centenario de la Consagración del templo de la Santísima Trinidad (Trinidad-Andalucía: Medios de Comunicación de Provincia de Andalucía), el Coro de la Santísima Trinidad mantiene hoy la misma estructura que poseía cuando fue dirigido por Berroa; los directores inmediatos fueron discípulos de Catalina y, a su vez, profesores de los consecutivos (1992, p. 30).

[15] «Salve y Fiesta», El Telégrafo, 2 de junio de 1879, [s.p.].

[16] «Academia de Música», El Telégrafo, 2 de mayo de 1880, [s.p.].

[17] Fernández Quevedo, Rosalía [s.f.]. Datos sobre Catalina Berroa. (Mecacopia) Museo Nacional de la Música, [s.p.].

[18] «Gran concierto», El Telégrafo, 1º de diciembre de 1879, [s.p.].

[19] «Artistas trinitarios», El Telégrafo, 10 de junio de 1879, [s.p.].

[20] Transcrito de la Logia de los Orfelos.

[21] Tomado de Pedro González, trovador trinitario.

[22] Transcrito de la Logia de los Orfelos.

[23] Linares, María Teresa (2012-2013). «La música cubana en el siglo xx». En http://www.musicuba.net/articulos/la-m%C3%BAsica-cubana-en-el-siglo-xx(2012-2013).

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