Edición Nro. 1 Año 2021,  Gacetilla

La banda de música de Santa Clara, una institución cultural emblemática del centro de Cuba

Loani de la Caridad Rodríguez Herrera

 

Son varios los elementos y circunstancias que configuran el patrimonio musical, pues generaciones precedentes marcaron pauta en los diferentes escenarios de la cultura por su impronta en diversos géneros, formatos, instrumentos y desempeños. Aunque se han registrado en algunos trabajos historiográficos, las bandas de música, génesis de muchos aspectos de las identidades musicales locales, merecen atención especial, pues propiciaron la formación de músicos y la asunción de un sentido de pertenencia asociado, en no pocos casos, a los valores patrióticos.

En el caso del término municipal de Santa Clara, en el siglo xix ya hay noticias de presentaciones de bandas de música, pues se registra que, en «la inauguración de la escuela para niñas pobres Santa Rosalía, el 28 de diciembre de 1885, patrocinada por las Hermanas del Amor de Dios, desde la iglesia Parroquial Mayor, fue trasladado el Santísimo Sacramento al colegio, acompañado por las autoridades, Ayuntamiento, sociedades, pueblo y dos bandas de música».[1] También en las celebraciones del 12 de agosto: «La imagen de la Patrona era llevada sobre los hombros de varios bomberos hasta el término de la calle y hacia el río Cubanicay; se situaba en un altar provisional […] y allí permanecía hasta la media noche cuando era devuelta a su sitio original en la capilla del Cuartel. La Banda de Música del Cuerpo de Bomberos asumía el acompañamiento musical de principio a fin de los festejos, unido a su función de escoltar a la venerada virgen».[2]

Efectivamente, a finales del siglo xix la región contaba con una banda militar y una del Cuerpo de Bomberos. Más tarde se creó la infantil, precursora de la Banda Municipal de Santa Clara. Según el periódico local La Publicidad: «la Banda Infantil de Santa Clara fue creada en junio del año 1902 y el día 10 de ese año hizo su presentación en público: primero tocando una Diana en horas de la mañana […]. Su primer Director fue el Capitán del Ejército Libertador Don Pablo Cancio, natural de Sancti Spíritus, y dirigió la banda de música de la Brigada de Villaclara».[3]

El nacimiento de la banda infantil, afirma Adela González Álamo, tuvo una motivación patriótica: «surgió del descontento de los villaclareños en la visita que le hiciera el Honorable Sr. Presidente de la República Don Tomás Estrada Palma al no tener un organismo adecuado para tocar el Himno Nacional y tuvo que ser ejecutado al piano por la profesora María Veldarrain».[4] Por ese motivo, el vecino Antonio Ruiz Pegudo improvisó una banda con los jóvenes José M. Berenguer, Francisco M. Cañizares, Ricardo Consuegra, José B. Cornides, Joaquín Montenegro y Mariano Leiva. Con pitos, latas, cencerros y sartenes recorrieron las calles hasta llegar al Gobierno Provincial, presidido entonces por el general José Miguel Gómez. De ahí se dirigieron al Ayuntamiento para solicitar permiso al general Gerardo Machado y Morales para crear una banda de música con niños de la villa, que se encargara de esos servicios. Los gobernantes accedieron gustosamente. La falta de instrumentos musicales en la región contribuyó a que se tomara con calor la idea.

La banda sometería su reglamento a la aprobación del ayuntamiento, que responsabilizó de su cuidado a una comisión de gobierno encargada de velar por el auge y estabilidad del proyecto. Se constituyó la junta, presidida por José M. Berenguer, un secretario, un tesorero y dos vocales. Se acordó que las reuniones ordinarias fueran los jueves primeros de cada mes, salvo citación extraordinaria.

Una vez constituida la banda, también lo fue la Escuela Municipal de Música, bajo la dirección del maestro Pablo Cancio. Tenía un proyecto de Reglamento Interior: para entrar a la banda los menores debían tener ocho años, se establecía el horario de ensayo y la presencia de un copista para no distraer a los maestros durante estas actividades. «Los miembros de la banda se dividían en profesores y educandos. Los profesores […] conocían un instrumento y al menos nociones elementales de música, los cuales ocupaban las pocas plazas con que contaba la agrupación. Estos recibían un modesto salario […] En cambio, los educandos eran neófitos que se incorporaban aspirando a cubrir algún día una plaza vacante. Estos, estudiaban los fundamentos generales de la música: teoría, solfeo y práctica del instrumento, con los propios profesores de la agrupación».[5]

La Academia de Música establecía en su reglamento de treinta y cuatro artículos que el Teatro La Caridad sería la sala de conciertos de la banda infantil; así, sus integrantes adquirirían mayor seguridad para presentaciones públicas y se contribuiría a engrosar los fondos de la entidad y para la compra de instrumentos. Se insistía en que los niños ingresaran en la escuela de música y se establecía que la agrupación no haría actos públicos hasta que no tuviera tres años de estudio y adquiriera experiencia —claro, este artículo se varió y se autorizaron presentaciones excepcionales en actos de relevancia—. La matrícula no excedería los cincuenta alumnos, pero a finales de 1902 la banda llegó a tener ochenta y seis, lo que llevó a su director a solicitar al consistorio otra plaza de profesor. Quedaba establecido el horario de clases y ensayos, de seis a nueve de la noche, en dos sesiones. Para las salidas y los regresos de las retretas y otros actos, era menester partir de la academia formados en fila, a golpe de tambor. En el trayecto debía tocarse una marcha o pasodoble.

En 1902 estaban en su nómina como niños fundadores: Pedro Monteagudo Ruiz, Antonio Ruiz de León, Mariano Ledón, los hermanos Pedro y Miguel Pérez Ruiz, Julio Espinosa Ramos y Apeles Clapera, quienes, al cumplir los catorce años, tenían un lugar reservado en la Academia de Música si además eran aprendices de un oficio. Al adiestrarse, podían integrar la Banda Municipal, como sucedió, por ejemplo, con Pedro Monteagudo y Apeles Clapera.

El día de la Santa Patrona de la ciudad en 1902, la banda de música realizó su primera aparición pública[6] en el parque Leoncio Vidal, a cargo del propio director de la Academia de Música, Pablo Cancio. La presentación respondió al encargo del alcalde Gerardo Machado y Morales, quien le había indicado al maestro ofrecer una retreta en esa plaza.

En sus inicios la banda de música contó con dos atriles, un bombo, un saxofón, dos clarinetes, una flauta, un trombón, un fiscorno, un requinto, un bajo, un flautín, un cornetín, un trombón largo y uno recto. Estos instrumentos eran todos de uso y algunos se encontraban en mal estado técnico. Luego, con la compra de instrumentos nuevos, se incorporan cuatro cornetines, una tromba, un oboe, un flautín y un bajo.

Se pudo constatar en actas capitulares del 13 de octubre de 1904, que se acordó realizar un concurso de bandas infantiles, mas es en la correspondiente al 14 de marzo de 1906, dos años más tarde, cuando queda asentada la solicitud del presupuesto. A partir del 1 de agosto de 1906 comienzan los preparativos para el Concurso Provincial de Bandas Infantiles, lo que queda declarado en acta de la municipalidad correspondiente a esa fecha.

Por su ardua labor como primer director de la banda infantil de Santa Clara durante seis años, el maestro Pablo Cancio inspiró a varias generaciones. Bajo su tutela, la agrupación obtuvo reconocimientos en giras y eventos celebrados dentro y fuera de la ciudad.[7]  El primero, justamente, fue el Gran Premio en el Concurso Provincial de Bandas Infantiles, celebrado finalmente el 19 de agosto de 1906. El galardón consistía en un estandarte bordado de oro y 200 pesos en moneda americana.

En su sesión del 15 de noviembre de 1907, la Junta de Gobierno de la academia acordó celebrar nuevamente el concurso. El desarrollo del certamen propició la participación de otros municipios como Remedios, Sagua la Grande y Caibarién. Se designó un Comité Ejecutivo que tuvo como vocales a José M. Berenguer, José Cornides, Erasmo Álvarez, Manuel González Roche, Lisandro Valdés, Santo Suárez, Librado Muro y Ángel Solana, quien asumió las funciones de tesorero. Esta junta fue presidida por el concejal teniente de alcalde Rafael Díaz López.

Tras la renuncia de su primer director, el 8 de julio de 1908 se nombró en esa función en calidad interina a Daniel Vázquez, quien fungía como subdirector. En su antiguo puesto se sentó el Sr. Bartolomé Vázquez, también con carácter interino. Hubo descontento por parte de la población y la dirección de la escuela fue tema constante en el Ayuntamiento. Finalmente, la Junta de Gobierno presentó otra propuesta: en la sesión del 9 de febrero de 1909 se nombra como Director de la Banda Infantil a Domingo Martínez.

Escuela y banda eran subvencionadas por el Ayuntamiento, que planificaba los gastos en el presupuesto de cada año. Por ejemplo, para el año económico de 1908-1909 se consignó la cantidad de 4000 pesos, que serían distribuidos por la junta en la forma que estimara, incluyendo en ello la suma de los sueldos del personal profesional.

En 1908 la junta dirigió una carta a Marta Abreu para solicitar financiamiento a fin de encargar sesenta trajes destinados al personal de la banda. La benefactora donó 319.50 $, importe de la tela y los músicos lucieron elegantes  trajes para engalanar cada presentación. Se sabe que fueron motivo de atracción para las muchachas, quienes, tras la función, esperaban ser cortejadas por los músicos. Era motivo de orgullo para la señorita y para su familia ser pretendida por alguno de esos jóvenes.

Aprobados y expedidos por la Alcaldía Municipal, a propuesta del presidente de la Junta de Gobierno de la Academia de Música, el 29 de julio de 1910 se realizan los primeros nombramientos oficiales de los músicos de la banda. Aparecen las categorías de Primera, Segunda y Tercera clase, con sus respectivos haberes. El 1º de julio de ese año empezó a regir el presupuesto del ejercicio en curso y se oficializó la plantilla de la banda. A partir de entonces se establece como Banda Municipal de Santa Clara.

El 10 de mayo de 1912 el Ayuntamiento de Santa Clara modificó los reglamentos de la academia y la banda por uno de veinticinco artículos. Nombraba una comisión de tres concejales: Antonio Ruiz Pegudo, Guillermo Consuegra y Pedro Camps, y ratificaba como director de la banda a Domingo Martínez Sorando. Insistía en su primer artículo que el auspicio correspondía al Ayuntamiento, según proyecto y presupuesto aprobados.[8] Los músicos se identificarían según cuatro categorías: los solistas y los músicos de primera llevarían tres cordoncillos blancos paralelos a los botones en la bocamanga; los músicos de segunda, dos; y los de tercera y cuarta se identificarían con uno. La gorra del director tendría tres galones; la del subdirector, dos. Al conserje no se le pondría distintivo alguno.[9] El subdirector, los solistas y los músicos de primera y segunda ayudarían al director según este dispusiera.

Se establecían como obligaciones del subdirector la sustitución del jefe en sus ausencias o enfermedades y el apoyo en todo, incluyendo los ensayos parciales y generales. Podía tomarse atribuciones, pero se aclaraba que su autoridad estaba limitada por la de su superior. Si tomaba alguna decisión debía informarlo con brevedad. La responsabilidad máxima correspondía al director; incluso, determinaba quiénes podían integrar la banda y la academia.

Bajo el control de Martínez Sorando, cada músico estaba obligado a poseer un ejemplar del reglamento una vez ingresara a la banda. Debía estudiarlo a conciencia para conocer sus deberes y derechos. En el Artículo 22 se declaraban requisitos para ingresar a la academia; entre ellos, haber cumplido catorce años, ser aprendiz de un oficio o profesión —ambos fijos desde la fundación— y la obligatoriedad del padre del aspirante de presentar la solicitud al director. Este examinaba al candidato para conocer sus aptitudes para la música. El educando, una vez adiestrado y con la anuencia del director, podía integrar la banda de música.

El director de la banda era el máximo responsable de la conservación del orden tanto en la academia como en los actos públicos. Estaba obligado a promover el progreso artístico de sus subordinados y a estudiar todos los adelantos modernos para llegar a la más perfecta organización de la banda. Debía prepararla para diferentes certámenes y fiestas, y estaba facultado también para imponer multas a quien se ausentara a ensayos y actos públicos. La inasistencia era penada con descuento de un día, y con dos, en el caso de reincidencia. Los que incurrían por causas imprevistas o justificadas debían dar aviso por escrito.

Cada año, el director debía presentar un inventario del archivo, los instrumentos y demás pertenencias de la banda y la academia. Esto facilitaba que el repertorio se enriqueciera y permitía evaluar el estado de conservación de los instrumentos. Todos los músicos debían conservar y mantener limpio el que tenían a su cargo, así como sus accesorios; ante signos de deterioro a causa de la torpeza y abandono del intérprete, este debía correr con los gastos de la reparación. Sin embargo, el director de la banda podía realizar donaciones de instrumentos a aquellas agrupaciones noveles que los necesitasen.

La banda debía amenizar con sus tocatas los paseos públicos de los jueves y domingos. Podía presentarse en actos públicos y funciones oficiales compatibles con sus obligaciones, con el consentimiento del Ayuntamiento o del alcalde, pero no podía asistir a ninguna fiesta política. Para presentarse en espacios particulares, la remuneración se establecería por el propio alcalde. El importe ingresaría en la tesorería del gobierno para aumento de los fondos del concepto de multas. Al asistir a las retretas u otros actos, la banda debía salir tocando de la academia con marcialidad y disciplina.

Martínez Sorando, al frente de la academia y la banda, fue el director más connotado por el esmero en fiestas y certámenes. El 2 de marzo de 1926, por ejemplo, alcanzó el primer premio en el Concurso de Bandas de Segunda Categoría, que celebró en La Habana la Asociación de Comerciantes. Tocó en el certamen del Teatro Payret por los festejos de la jura y toma de posesión del general Gerardo Machado y Morales, en cuyo nuevo período presidencial la agrupación ganó el segundo premio en Bandas de Primera Categoría. El 24 de febrero de 1931 se celebró en la capital un concurso por la inauguración de la Carretera Central y la entrega solemne del Capitolio al Honorable Congreso. Allí la Banda Municipal de Santa Clara obtuvo el primer premio.[10]

Los reconocimientos alcanzados por la banda de música de Santa Clara muestran la calidad de esa institución cultural emblemática del centro de Cuba que, bajo la capacidad de dirección del maestro Domingo Martínez Sorando, desarrolló la calidad interpretativa de sus músicos y el estilo de ejecución de los instrumentos.

La afluencia masiva del pueblo hacia las retretas semanales explica la calidad ascendente de esta emblemática institución santaclareña y su impronta en el gusto estético del público y el desarrollo cultural de los ciudadanos. Este importante escenario sirvió de esparcimiento para todo el conglomerado social de la región y contribuyó a la enseñanza de las obras más diversas y complejas de la música universal. Por ello merece mención especial en el patrimonio musical de la región.

[1] González Álamo, Adela D. «Génesis de la banda municipal de Santa Clara» (en proceso de edición).

[3] La Publicidad, año LIX, n.o 6, 1 de junio de 1962, p.1.

[4] González, ob. cit.

[5] Guerra, Irina (1999). «Bandas de concierto. ¿Fotografías sin color?». Clave, n.° 2, p.51.

[6] Acta capitular. Ayuntamiento de Santa Clara, t. 37, f. 62. AHPVC. Esta función inicial contó con los niños Teresa Baesa, Pilar Navarro, Pura Navarro, Berta Compain, Hortensia Gómez, Margot Barreto, Berta Mesa, Mercedes Esparza, Sergio Gómez, Francisco Monteagudo, Rodrigo Gómez, Manuel Rojas, Antero Álvarez, Rubén Monteagudo, Ramón Pérez, Ramón Betancourt, Guillermo Romero, Santiago Miró y Antonio Blanco.

[7] Véase Libro de Oro (1954), p. 31.

[8]Ayuntamiento de Santa Clara. Reglamento de la Academia y Banda Municipal. Santa Clara: Imprenta Papelería, p. 2.

[9] Ibídem, Artículo n.o 16.

[10] Véase Libro de Oro (1954), p. 31.

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