Edición Nro. 1 Año 2021,  Gacetilla

Esplendor y pérdidas del cabaret cubano

Alexis Castañeda Pérez de Alejo

 

Los inicios del cabaret en Cuba podemos ubicarlos a finales del siglo xix con el popular teatro bufo y algunas compañías de circo que alcanzarían dimensiones nacionales e internacionales con la apertura del teatro Alhambra y sus presentaciones de espectáculos marcadamente vernáculos. Los años treinta del siglo xx serán definitorios para esos clubes nocturnos y comenzaría su época de oro en nuestro país. Su cima sería la inauguración del cabaret Tropicana en diciembre de 1939 en el barrio habanero de Marianao, que entonces pertenecía al municipio Playa. Ya en la década de los cincuenta se decía que la nocturnidad de La Habana no tenía nada que envidiar a los grandes centros de placer de Montmarte, París.

Desde su aparición en el panorama cultural cubano y hasta la primera mitad de la década del sesenta, el cabaret fue centro ideal para el disfrute y promoción de lo mejor de la música cubana, además del baile y la coreografía, muy populares. Aunque fue Tropicana el que siempre trascendió bajo las estrellas de la calidad, en cualquier pueblo de provincia se podía encontrar un cabaret con una propuesta digna de las principales figuras del momento.

Tal vez sea en el cabaret donde se aprecie la decadencia más ostensible dentro de la cultura cubana en los últimos cincuenta años, y aunque el análisis de las causas requiere un estudio sociohistórico más profundo, sí podemos señalar que sus avatares comenzaron cuando, después del triunfo revolucionario, estos centros fueron vistos con saña y prejuicio. Cierto puritanismo los calificó como lugares del lumpen y la opulencia, siempre ligados al vicio, el juego y la vida displicente.

Cuando se difunde la fuga de Batista, en la madrugada del primero de enero de 1959, cientos de personas se lanzaron a las calles a destruir parquímetros, máquinas traganíqueles y los casinos de los hoteles. Esto constituía un duro revés para los dueños de los cabarets y, aunque el 9 de enero vuelven a abrir sus puertas, ya tenían la comunicación de que casinos y burdeles serían suprimidos. La medida afectaba al sector turístico y al mundo del espectáculo en general.

Luego de reclamos y protestas por parte de los afectados y otros sectores, incluyendo la prensa, se autorizó el juego exclusivamente en los casinos de lujo; constituían un importante incentivo para el turismo adinerado y, además, su apertura no afectaba la economía popular. Bajo esta disposición, el 19 de febrero de 1959 reabren sus puertas los casinos de los hoteles Habana Hilton, Capri, Riviera, Comodoro, Nacional, St. John’s, Internacional de Varadero y los pertenecientes a los cabarets Tropicana y Venecia, de Santa Clara.

Eran estos centros el sitio exacto para el fogueo de los artistas frente al público cercano y exigente, lugar de prueba, donde solo la profesionalidad, atenazada por el extra que los verdaderos artistas poseen, lograba un espectáculo único. Hubo intérpretes que dedicaron toda su capacidad artística al cabaret; la demasiado olvidada Caridad Cuervo y el carismático santaclareño Osvaldo Prado están entre los mejores ejemplos.

Santa Clara tuvo dos cabarets insignia: el Venecia y el Cubanacán, ambos de gran popularidad. El primero alcanzó rango internacional por la magnificencia del inmueble, el servicio y la calidad de sus espectáculos, con estrellas cubanas y extranjeras.

El Venecia Night Club abrió sus puertas el 26 de enero de 1957 pues, aunque el periódico santaclareño La Publicidad (7 de enero) había anunciado la apertura para el día 12, faltaron algunos detalles de terminación que pospusieron el momento. En su edición del día 19 de ese mes, refiriéndose a la inauguración, se anunciaba en La Publicidad: «Podemos anticipar que entre los números ajustados figuran la gran cantante Esther Borja, el gran animador Tito Hernández, el Trío Mantreu, de bailes españoles, una famosa pareja de bailes de rock and roll y la Orquesta Conjunto Casino de La Habana».

El Venecia se convirtió en poco tiempo en uno de los centros nocturnos más importantes del país: su flamante pista acogió buena parte del mejor talento artístico nacional e, incluso, figuras internacionales de primera línea. Atrajo la atención del turismo, sobre todo norteamericano, y pronto apareció en los principales catálogos de itinerarios del ocio. Su apertura en Santa Clara, con su elegante casino, es expresión del auténtico momento de esplendor del cabaret de lujo en Cuba. En un corto periodo se habían levantado en pleno Vedado el Capri (27 de noviembre de 1957), el Habana Riviera (10 de diciembre de 1957) y el Habana Hilton (19 de marzo de 1958), tres suntuosos hoteles provistos de sus respectivas salas de juego. También en 1958 abre sus puertas el Deauville, en la célebre esquina habanera de Galiano y Malecón.

Los elencos que animaban sus noches determinaron la fama del Venecia. En 1957 La Publicidad (19 de agosto) promovía la actuación desde el 16 y hasta el 29 de ese mes de Manolo de Triana y sus chicas (bailes hispanos), Janet D’Acosta (bailes afro), Ana María Jarocha (cancionera mexicana), Manolín (excéntrico musical) y Chaflán, como animador. En la temporada invernal se presentarían: Beny Moré, Olga Guillot, el cantor chileno Lucho Gatica, el tenor venezolano Alfredo Sadel y la Orquesta Riverside.

Uno de sus dueños —eran seis con capitales invertidos—, Eusebio Guerra, Guerrita, fallecido recientemente y muy conocido en Santa Clara pero no siempre por su vínculo con el famoso club nocturno sino por su condición de intérprete, me confesaría cincuenta y siete años después:

A todos los artistas buenos de aquella época los fui contratando, se les pagaba lo que quisieran. Se inauguró con un show muy grande. Entre los primeros que vinieron estaba Blanca Rosa Gil, muy popular entonces, le llamaban La Muñequita que Canta. Otros que se presentaron en los primeros meses de inaugurado el club fueron los Chavales de España, estuvieron diecisiete días y cobraron 17 000 dólares (mil pesos diarios), yo mismo les hice el cheque. […] Se presentaron otras orquestas españolas completas, y uno al que no olvido es Miguelito Valdés, Míster Babalú, que vino con un espectáculo grandioso. Pocos días después del triunfo revolucionario actuaría aquí Daniel Santos, El Inquieto Anacobero, unos de los cantantes más populares en aquellos momentos en buena parte de América Latina. Recuerdo a Meme Solís, muy joven; iba por las tardes a tocar el piano, un instrumento muy bueno. Meme todavía no era un artista muy conocido, iba a tocar el piano, yo le decía: «Meme, qué bien tú tocas, tú eres un artista».[1]

En esa época hubo poco contacto con artistas locales, aunque el cabaret tenía una orquesta con veintiún músicos de la provincia, maestros todos, que acompañaba a los intérpretes. Cascarita era uno de sus cantantes. En junio de 1959 el Venecia es intervenido de acuerdo con las nuevas disposiciones del Gobierno Revolucionario. Recuerda Guerrita:

El interventor fue Sebastián Arcos. Nunca he sido vanidoso; por eso estaba dispuesto a quedarme allí trabajando, ayudando con mi experiencia. Mira las vueltas que da la vida, Arcos se mostró extremista, se rio y me dijo que cómo me iba a quedar allí si yo era un intervenido. No mucho tiempo después él mismo estaba en el otro extremo de la política.

Considero que hubo como una aversión exagerada contra el cabaret, lo vieron solo como un lugar de vicio y no como el gran centro cultural que era, donde crecieron y se foguearon muchos artistas. Todavía hoy son buscadas las fichas del casino del Venecia, y hasta las fotos. Han venido de otros países ofreciendo lo que les pidan.[2]

El Venecia reabrió y mantuvo una programación con amplias revistas musicales, que incluía artistas de la localidad y del país, además de la orquesta que siguió acompañando los shows. Importantes intérpretes de Villa Clara y de jerarquía nacional, como Zaidita Castiñeyra, Felo Valdés y Lorenza Miranda, e importantes maestros de la música como Rubén Urribarres, Jesús Chu Rodríguez y el genial Pucho López, entre otros, mantuvieron cierto lustre en la programación de este y otros centros nocturnos. Sus directores artísticos se esforzaron por mantener la calidad que siempre distinguió y dio fama al lugar, aunque nunca alcanzó el brillo de antes. En los setenta el Venecia, el Cubanacán y otros centros de cierta categoría que había en la provincia, como el Nocturnal, de Sagua la Grande, y el Centrocuba, de Placetas, comenzaron a languidecer sin que jamás pudieran recobrar su esplendor.

En las últimas décadas se han reanimado algunos sitios nocturnos en La Habana, sobre todo cuando el turismo tomó fuerza en el país. Ha habido logros evidentes. Tropicana sigue ahí, fulgurando con su fama acumulada, pero es uno más. Este interés también llegó a las provincias, pero acá el cabaret nunca ha podido salir de la rutina vacua, solazada ahora con la «pandemia» del reggaetón.

Tal vez el declive se deba a que es otra época, con una espiritualidad estimulada por la tecnología y las nuevas maneras de presentar la música, con otros gustos. Los medios que logran la promoción más rápida y segura de la música y sus intérpretes, la posibilidad de viajes y estancias en el exterior —donde los artistas muchas veces van hacer, justamente, cabaret—, la solución facilista del background y la discoteca, dan el tiro de gracia a estos centros culturales por excelencia, verdaderos filtros de calidad para la formación de músicos e intérpretes y que tanta fuerza y valor dieron a la cultura musical cubana por tantos años.

[1] Castañeda Pérez de Alejo, Alexis (2017). «Guerrita en el Venecia». Umbral (60): 22-26, Santa Clara.

[2] Ídem

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