Edición Nro. 1 Año 2021,  Nota Aguda

Espacios de socialización de la música en las villas de Santa Clara y Trinidad. Siglo XIX

Angélica María Solernou Martínez

 

a la música del pasado […] tendremos que reconstruirla como práctica performativa y escénica […] debemos establecer conjeturas informadas sobre sus datos ausentes, es decir, estaremos construyendo una interpretación de ella. […] estamos contribuyendo al rescate patrimonial, a la construcción de la memoria, y a la articulación de identidades y subjetividades colectivas.

Juan-Pablo González y Claudio Rolle

Historiar el panorama musical de la región que mereció el nombre de Las Villas es una misión en proceso cuya máxima responsable y beneficiaria es su comunidad portadora. Varias son las aristas desde donde encauzar la mirada hacia la música en el centro de la isla. Este texto pretende aportar elementos y hechos no socializados acerca del pasado musical colonial de la región de Las Villas en dos espacios geoculturales: Santa Clara y Trinidad, con especial atención al siglo xix. Un panorama general de los espacios de socialización de la música, línea temática donde se inscriben las reflexiones de estas páginas, ofrece el ámbito oportuno para valorar el desarrollo musical local a través del encuentro, lo que refleja, a la par de las prácticas culturales, la creación y la crítica musical de la región, una imagen de la segmentación, el «ordenamiento» y las formas de dominación de clases.

No obstante, conviene subrayar la necesidad de acercamientos similares a otras zonas más o menos pobladas de esta área cultural. Se ofrecen ejemplos de los diferentes espacios de socialización sin priorizar el orden cronológico: el lector ha de comprender que la distribución obedece a causas metodológicas, pues como se verá, estos espacios coexistieron a lo largo del período estudiado.

Las diversas formas, espacios y plataformas de socialización de la música en el siglo xix incluyen el salón burgués, la casa templo, el cabildo y las sociedades de negros, la plaza pública, las fiestas reales, el teatro, las sociedades de instrucción y recreo, los liceos y también la prensa. Sobre estos espacios en la Hispanoamérica decimonónica se habla del salón familiar, aristocrático, burgués y popular, además de los recintos proporcionados por instituciones culturales y recreativas, pero la información sobre esos espacios es exigua y dispersa.[1] La diversidad de locaciones, prácticas, gestores y usuarios reafirma la pertinencia de un estudio de dichos espacios para contribuir al panorama musical.

 

Santa Clara

Los formatos de tipo instrumental, o vocal instrumental, a través de la historia de Santa Clara, han sido espacios de socialización de los diferentes géneros y formas de la música. Una mirada a su composición nos ofrece pistas sobre el desarrollo socio-musical. Hacia 1722 la orquesta «se componía de algunas vihuelas y bandolas que se tocaban a veces en acompañamiento de güiro, aunque no faltaban otros instrumentos que pudieran formar parte de aquellos en alguna que otra diversión».[2]

También los encontramos en guateques y changüíes, bailes a los que se entregaban, «aquellas gentes de clase inferior».[3] Hacia el año 1760, ya se conocía el zapateo, el minué, el jardinero y el paspié, de ellos los documentos conservan nombres de piezas como Juan Garandé, La muchitanga, La culebra, El sonsorito y La mora donde intervenían instrumentos como: guitarras, violín, tambora o tamboril, triángulo, panderos, clarinetes y alguna chirimía.[4]

Hay referencias de que en 1823 ya se efectuaban retretas semanales en las plazas santaclareñas; con ello, compositores, directores, géneros y encuentros de la sociedad contribuyeron al disfrute y la inusitada animación. En 1830, con motivo del enlace de Fernando VII, se cantó el Te Deum en la Parroquial Mayor a toda orquesta,[5]  resonando en la plaza un tambor y un clarín en las corridas de cañas;[6] las carreras de sortija[7]; y las corridas de alcancía.[8]

En 1892, a los 203 años de la fundación de la villa, se anunciaban los festejos: «Con motivo del aniversario, se celebrarán […] fiestas religiosas y profanas. […] tendremos Salve y misa a toda orquesta en la Ermita del Carmen […]; verbena en la calle del Carmen […], gran baile oficial en La Caridad a las diez de la noche».[9] Coincidencias festivas comenzaron a ser habituales, como las ocurridas en honor a Santa Clara de Asís y a Santa Cecilia:

Festival organizado por la Sociedad Musical Santa Cecilia en honor a su patrona […] El sábado por la mañana ejecutaron las bandas militares de la Plaza excelentes piezas, o sea La Diana. […] se cantó una magnífica Salve en la ermita del Buenviaje por el celebrado profesor el Sr. Palma […] A la Retreta celebrada a intermitencias, por el estado del tiempo, se le siguieron los números notablemente desempeñados. […]. La banda militar que dirige el Sr. Ramonet ejecutó una bonita sinfonía y otra pieza para cornetín, en la cual su autor, el citado Sr. Ramonet tocó a conciencia ese instrumento. Los hermanos Tristá, ejecutaron en el piano, varias piezas que merecieron grandes aplausos.[10]

La Villaclareña promovió el componente musical del festejo, al anunciar retreta doble a tres bandas de música y el repique general de campanas del 25 de noviembre, la presencia de una numerosa orquesta el 26, durante en el oficio de la misa, y un gran concierto, gratis, en el Teatro La Caridad, «a la terminación del cual, se celebrarán bailes en las principales Sociedades de Recreo».[11]

Fiestas reales y espacio religioso

Dentro de los espacios de socialización de la música más importantes en la villa, estaban las celebraciones religiosas católicas, de las cuales resaltan el Corpus Christi, Santísimo Sacramento, procesiones, autos sacramentales y festejos de santos y de la patrona de la ciudad. A su vez, los documentos y acuerdos del Cabildo constatan el desarrollo de fiestas reales por mandato expreso de la Corona. La asistencia era obligatoria: como multa, se imponían penas de cuatro ducados y porciones de cera para el Santísimo Sacramento a quien no asistiera.

En Santa Clara, las procesiones del Corpus bajaban por la llamada calle del Calvario hasta el puente del río Cubanicay, se adornaba el altar, se ofrecía cena o refresco, y había música y baile: «En muchas casas de esta ciudad se están levantando altares para celebrar con el acostumbrado velorio dicho día. […] en algunas se permitirá bailar al son del güiro, la bandurria ó guitarra, entonando décimas de conseguir. Esta noche dan comienzo las veladas […] las cuales durarán nueve días. Y luego dirán que no avanzamos».[12]

Entre las animadas diversiones públicas, había fiestas carnavalescas para conmemorar días de santos. Los jubileos de san Juan, san Pedro, Santiago y santa Ana, propiciaban jornadas de algazara y gran participación del pueblo. Se disfrutaba de danzas, bailes de disfraces, Te Deum en la iglesia mayor y Saludo de Armas. Especial mención merecen las comparsas precedidas de cantores, tamboriles y sonajas africanas, lo cual denotaba el sincretismo religioso manifiesto en el empleo de medios sonoros propios.[13]

En agosto de1722 consta en acta la súplica al cura y al vicario de que el gobierno «no prohibiera las celebraciones de los pobres tanto en saraos como en bailes y otros regocijos»,[14] ante las fiestas reales por los matrimonios del príncipe de Asturias, y del rey de Francia.

El salón privado, desde sus predios, constituye otro espacio de socialización de la música, como ocurrió en 1892, con motivo del día de Santiago, en la morada del devoto Santiago López Garí. Se registró el programa musical de la velada: «Primera Parte: Cuadrilla. Danzón. Habanera. Lanceros. Wals. Danzón. // Segunda Parte: Habanera. Wals. Cuadrilla. Danzón. Danzón. Lanceros».[15]

Justo agradecimiento

En 1883 las tres hermanas Abreu y Arencibia (Marta, Rosa y Rosalía) habían decidido gravar sus propiedades para sustentar las escuelas San Pedro de Nolasco, para niños, y Santa Rosalía, para niñas. Bajo la égida de las monjas Hermanas del Amor de Dios, se incluye la música entre las disciplinas de formación general de las infantas.[16] La acción mereció varias veladas de agradecimiento, como la gala ofrecida por el Club Artístico del Liceo a Marta Abreu, donde se presentó el siguiente programa:

Primera Parte:

Romanza de L. Ebrea por el Señor Guillermo Castellví

Roberto il Diavolo, gran fantasía para violín con acompañamiento de piano (Alard) por los Señores Palma y Jover.

Aria de La Traviata, por la señorita Nieves Medina.

Segunda Parte:

Dúo de la Opera Favorita, por la señorita Nieves Medina y el señor Castellví

Las tres partes de Música prohibida, por el Sr. Castellví, acompañadas al piano por el profesor D. Juan Torroella.

Cavatina, para violín (Raff) por el Sr Néstor Palma acompañado al piano por el Sr Jover.

Composición e interpretación de Ignacio Cervantes al piano.[17]

Teatro y sociedades

Con el paso del tiempo la música resonó en salones, academias y teatros, se sintió el influjo de maestros venidos de Europa y de otras zonas de la isla. La sociedad santaclareña, en marcha por el progreso moderno a pesar de los obstáculos del régimen colonial, se deleitó con las producciones clásicas y románticas que florecieron en Europa durante el siglo xix. Esto aconteció en teatros, salones y sociedades, espacios donde tenían lugar bailes, veladas artísticas, reuniones con fines educativos y culturales, y se hacían discusiones de importantes causas, en muchos casos, coincidentes con las primeras ideas de independencia.

Las páginas de diarios y semanarios inmortalizaron presentaciones de compañías de zarzuela, músicos de renombre nacional e internacional y jóvenes talentos de la villa que se presentaron en el Teatro La Caridad, escenario que, desde su fundación en 1885, propiciaría como ningún otro la socialización de la música.[18] El Mosaico, por ejemplo, perpetuó la gala convocada por el Liceo Artístico y Literario el año siguiente en el coloso:

Los señores, Palma, Pons, Torres, Vázquez (padre e hijo) y Oms, tocaron el precioso sexteto para piano, violín, viola, violonchelo y contrabajo; que agradó y fue justamente aplaudido. La graciosa y simpática Srta. Mariana Torres tocó en el piano acompañada por los Sres. Palma y Torres, el primero con violonchelo y el segundo violín la bonita serenata de Braga, titulada Serenata de los Ángeles, q. fue magistralmente interpretada, por lo que el público prorrumpió en atronadores aplausos, arrojando a la inteligente y graciosa Mariana lindas palomas. Nabucodonosor, (Verdi) cuarteto de violín y flauta, violonchelo  y piano, fue tocado por los señores Palma, y Pons, Vázquez y Torres, con suma precisión y buen gusto, contrastando al concurso que entusiasmado los aplaudió.[19]

La revista Villaclareña, cubrió la visita de la Compañía de Zarzuela de Bernardino con la obra El Barberillo de Lavapiés y criticó el desempeño del tenor Menéndez (19/junio/1892). Asimismo, llegan a sus páginas ecos de la visita del compositor y violinista cubano Brindis de Salas y su concierto ofrecido en el Teatro La Caridad.[20]

A raíz de las inquietudes culturales e intelectuales, en 1849 está en ciernes la Sociedad Filarmónica Santa Clara, espacio que nuclearía la intelectualidad en la floreciente villa. Se inaugura oficialmente el 12 de abril de 1852, y aunque tuvo existencia intermitente por la continua reformulación de estatutos y orden interno, desfilaron por su salones afamados músicos de renombre de Cuba, Europa y Nueva York.[21]

El villareño Eduardo Machado fue responsable de que, el 27 de marzo de 1867, dicha Sociedad se rebautizara como Liceo Artístico y Literario —más tarde, solo El Liceo—.[22] La sección lírico-dramática con una membresía importante de aficionados, ofreció obras de teatro, zarzuelas, operetas y conciertos, como la velada en el Teatro La Caridad que presentó la zarzuela en un acto Los Carboneros, de Barbieri, de la que la prensa de entonces recogía: «Capitolina Gattorno hizo a una Carbonera con más chispa que un volcán y su hermana Ángela una Doña Torcuata perfecta».[23]

En 1878, los mulatos de nivel profesional formaron la sociedad El Gran Maceo, la que, entre otras funciones, organizaba actividades patrióticas e igualmente ofrecía bailes, veladas artísticas y reuniones con fines educativos y culturales. Algo más tarde, los obreros mulatos y negros de la villa conformarían la sociedad La Bella Unión (19 de junio de 1881). Poseía secciones de declamación y literatura y, desde su boletín oficial, La Unión, promovía actividades sociales, los bailables y fiestas típicas criollas.

Terminada la Guerra de Independencia, un grupo de villareños se reúne en la redacción del periódico El Pueblo para constituir el Liceo Santa Clara (3 de abril de 1899). Allí tuvieron lugar veladas científicas, artísticas y literarias. Con su apoyo se funda la primera orquesta sinfónica republicana y se instituye el Día del Villaclareño Ausente, el 15 de julio.

Prensa y crítica musical

La génesis de la prensa en el centro del país estuvo marcada por el Corbeta Vigilancia (1820), de la Santísima Trinidad, primero de su tipo en Las Villas, y sucedido por El Eco de Villaclara [Villa Clara] (1831), El Fénix espirituano (1834) y La hoja económica (1845), en Cienfuegos. Poco a poco se fueron gestando órganos similares. Estos, a modo de crónica social, constituían un espacio para la promoción, reseña, crítica y socialización de la música. El Alba, por ejemplo, inserta valoraciones críticas al recoger una presentación de guaracheros:

Después de una sandunguera danza del apreciable maestro Luis Martínez titulada Los Negros Curros, que gustó mucho, se descorrió la cortina escénica […] con la bonita guaracha El Vendedor Ambulante, […] siguiendo luego la graciosa y satírica caricatura del malogrado poeta Tomás Mendoza, Los Mocitos del Día, que hizo reír y tuvo un desempeño musical bueno […], los señores Ramírez y Zamora cantaron la bonita guaracha-canción, Tus ojos. La irresistible guaracha La mulata Rosa hízola repetir el público cuatro veces, […] arrojarse a la escena, flores, sombreros y abanicos, y ahogar la voz de los cantantes entre una salva de aplausos y hurras frenéticos. Soberbia ovación que nunca olvidarán los simpáticos guaracheros.[24]

Con estilo jocoso y un poco picante, El Mosaico reseñó, igualmente, la presentación poco feliz de una compañía de zarzuelas que asistió a la ciudad: «debut de la compañía de zarzuela del Sr. Navarro con la obra Los Diamantes de La Corona. […] Hay que decir que los coros cumplieron, […] el tenor no se portó del todo mal, […] la tiple por mor de una corriente de aire se indispuso antes del tercer acto»,[25] lo que reafirma la naciente formación crítico-musical.

No era común hallar en diarios santaclareños anuncios de fiestas de los pobladores negros; sin embargo, se han encontrado menciones específicas a elementos rítmicos y sonoros de su música —la cadencia de la rima, la musicalidad propia, la alternancia del coro y el solista— y algunos textos, como el Tango congo del Buenviaje[26] y el Tango lucumí.[27]

La confluencia de los espacios de socialización en Santa Clara, demuestra una conciencia en pos del desarrollo cultural de la localidad. Liceos, templos, teatro, plazas, calles y, por supuesto, la prensa, eran espacios en los que la música era protagonista.

 

Rumbo a Trinidad

Las primeras referencias a la música en Trinidad se inscriben el espacio religioso. En un acta capitular de 1730 se consigna el pago de tres pesos, por parte del Cabildo, a un negro llamado Manuel Pérez, por tocar tambores en la Fiesta patronal.

En documentos del Archivo Parroquial, específicamente, en la Cuenta de Propios del año 1733 y con firma de Juan de Izaguirre, se conoce que, con motivo de la fiesta de la Santísima Trinidad, se pagaron:

12 pesos y cuatro reales que costó el sermón

1 peso que pagué por el órgano

7 pesos que costó la pólvora que gasté en la víspera y misa

3 reales que pagué por el bajonista.[28]

En la fiesta de la Santísima Trinidad correspondiente a 1762 participaron tambores, cuyos músicos recibieron un peso como pago. Cuatro reales fue lo pactado para se escuchara la caja y el pífano en la fiesta del Corpus Christi de 1769, y cuatro más por la caja y la música; mientras que los tambores y los «cantos de negros» ya percibían tres reales. Sin embargo, en 1772, ante la circulación de una Real Disposición fechada el 10 de abril, se prohibieron las danzas, diablitos, tarascas y tarasquillos en las calles y procesiones, por atentar estas contra la solemnidad del júbilo religioso; posteriormente, con motivo de la propia celebración, en 1775 se acompañó la misa «a toda orquesta» pagando por ello cuarenta reales.[29] Estas cuentas eran liquidadas o bien por el Cabildo o bien por las cuentas de propios.

Teatro

La socialización de la música en el espacio teatral fue tomando fuerza en la villa trinitaria en las primeras décadas del xix, boletines, semanarios y periódicos, cubrían el devenir de las artes en la localidad. El Correo de Trinidad, una de las publicaciones más antiguas de la villa, registra el acontecer musical, al comprender en su plana el segmento fijo, Teatro. Una nota publicada en ese espacio, sobre una función en 1828 en el Teatro Candamo, propone una ficha de costos para palcos, funciones y lunetas:

Doña Manuela Molina, primera actriz de los Teatros de la Corte y Ciudad de la Habana, ansiosa de servir a este ilustrado vecindario. […] Convencido el gobierno y el M. I. Ayuntamiento de los crecidos costos que se han originario para verificar este honesto recreo, han tenido a bien permitir se haga el abono del modo más benéfico, para el vecindario, y sin el mayor perjuicio de la compañía, el que se verificará en el orden siguiente:

Pesos Reales
Abono de un palco por cuarenta funciones 80 0
Alquiler por una función 3 0
Alquiler de una luneta por cuarenta funciones 10 0
Por una noche una función 0 3

 

Las galerías y cazuelas son gratis para todo el que quiera ir a ellas indistintamente.[30]

Uno los más teatros trinitarios más visitados fue el Brunet, que data de 1841, llamado así por su dueño y constructor, el conde Nicolás Brunet y Muñoz, noble criollo y propietario del palacio de igual nombre. Desde su fundación, e incluso al ser comprado por don Justo German Cantero, mantuvo una programación habitual, que acogió en sus salas las compañías más importantes de la región, y propició la realización de eventos y la visita de importantes artistas de renombre internacional.

En el San Juan…

En el San Juan de 1845, con motivo de la festividad de San Juan Bautista, diversiones se gozaban por todas partes, comparsas con música y alegres canciones se oían, a la vez, por diferentes calles y a todas las horas del día, ese año fue uno de los más animados. Con placer observamos la mayor animación en todas las clases dispuestas a divertirse en las próximas fiestas de San Juan. El teatro de Brunet se está preparando a la vela; los músicos ensayan con empeño valses y rigodones nuevos; estará más alegre y divertido que otros años, pero aconsejamos precaución a los aficionados, no sea que alguno se arrepienta después de haberse sorbido una copita en medio de la sofocación del baile y andemos luego con torzón.[31]

El Teatro Brunet poseía una orquesta permanente en la que tocaban varios músicos locales, entre los cuales figuraba, como única mujer, la compositora y profesora Catalina Berroa, de quien se asegura que, dada su versatilidad, era capaz muchas veces de cubrir ausencias dentro del conjunto gracias a que dominaba varios instrumentos.

Salones privados, sociedades y espacios públicos

En los espacios privados, se difundía un repertorio musical considerable. Los palacios y casonas trinitarias ofrecían veladas a las familias ilustres, en sus salones, para disfrutar instrumentistas locales y visitantes. Los músicos de la villa preparaban arreglos para formatos instrumentales diversos, considerando entre ellos las bandas, las estudiantinas de cuerdas pulsadas, los tríos y cuartetos de cuerdas. Se difundieron óperas por medio de transcripciones o versiones realizadas para el disfrute en los grandes salones.

A esto fue sumándose la necesidad de brindar música al resto de los pobladores, sobre todo, para el conocimiento, práctica y desarrollo de la producción musical local. La revisión de la prensa permite constatar la inclusión de diversos géneros en los programas ofrecidos en espacios abiertos, constituyendo una medida de la efervescencia musical de la villa, gestada desde academias, talleres privados o instituciones diversas. Dichos programas incluían danza, danzón, vals, arias de tiple o tenor y, en el obligado cierre de cada presentación, la danza y el pasodoble satisficieron, en gran medida, el inquieto público bailador en plazas del recreo y salones de baile.

La creación de sociedades cobró fuerza en Trinidad en la segunda mitad del siglo xix. Desde sus salas y tertulias se invitaba a artistas nacionales y extranjeros; se promovía la creación de espacios para la representación teatral, la organización de disímiles conjuntos instrumentales; se fomentaba la enseñanza de la música y la publicación de revistas culturales y patrióticas.

Estas sociedades de instrucción y recreo conformaron, junto con los espacios públicos, el salón privado y la iglesia, espacios que propiciaron el desarrollo de la sociedad y, especialmente, de la música. No pocas poseían como parte de su misión social la fundación y sostén de academias de música, cuya dirección e instrucción descansaba en prestigiosos intérpretes locales. Dos de los más importantes músicos trinitarios de finales de siglo son Manuel Lico Jiménez y Antonio Herr:

Alegre se promociona en la prensa local la convocatoria para la Academia de música bajo su tutela […] Se ha formado en la ciudad una sociedad cuyo objetivo es el de crear una Academia […] donde la juventud pueda adquirir los conocimientos necesarios para, en día no lejano, formar una orquesta. Al frente […]se hallan los Sres. Antonio Herr, el Sr. Alegre y Manuel Jiménez, tres competentísimos maestros que tienen afán y empeño en la enseñanza y no dudamos que los estudiantes los secunden en sus laudables proyectos.[32]

También en Trinidad era común que los gacetilleros hicieran valoraciones en las páginas de los diarios y semanarios de la ejecución técnica de los intérpretes, incipientes críticas musicales, aunque no del todo conscientes. Es posible notar con el tiempo una mayor pericia en el dominio de la manifestación. Varias son las notas halladas referidas tanto a artistas locales como visitantes, como las que merecieron las dos noches continuas en que se ofrecieron conciertos vocales e instrumentales por parte de Eloísa Valdés y Manuel Lico Jiménez, en el Teatro Uriarte:

Cuando Eloísa canta se siente una dulce sensación indefinible, aquellos tonos, gorjeos y trinos que salen de su garganta vibran a la audición como preludios de ruiseñor enamorado que transportan el alma y hacen pensar en algo que no es de este mundo, en algo mágico que se sueña y que la fantasía exorna con todos los tintes de la idealidad.

De Manuel Jiménez afirma la genialidad y gracia con que domina su instrumento…  El piano en manos de Lico Jiménez es a veces una tempestad rugiente que hace estremecer, otras veces es el suave murmullo del céfiro embriaga dulcemente. […] Tal es el poder de esos colosos, que figuran en el mundo musical. […] Los acompañó el joven Juan José Jiménez hermano del gran pianista que los siguió las dos noches ejecutando dificilísimas piezas en el violonchelo.[33]

Conclusiones

La sociedad decimonónica habitaba entre celebraciones religiosas católicas al interior del templo y las procesiones, las retretas ofrecidas por la Banda de Música, las fiestas reales y las populares, las actividades del cabildo, academias, sociedades y salones privados, y las funciones del teatro. Cada uno de estos espacios condicionaba una estratificación social, establecida fundamentalmente por el color de la piel, la religión y el poder adquisitivo.

Es apreciable una profusión de espacios de socialización de la música, imagen de una época rica, de una sociedad que tenía paradigmas de identidad, incluso musical, basados en la similitud con el otro; de un tiempo en que las razas marcaban no solo el color de la piel, sino el derecho a la comodidad, los estudios o el simple divertimento.

A pesar de ello, la música propició el encuentro y la comunión de credos y razas. Afortunadamente para la investigación, la prensa referenciaba, a modo de crónica social, los eventos; por ello deviene un espacio socializador de la música. Los contenidos diversos y de profundidad informativa dispar, y la ausencia de archivos sonoros y partituras, obliga a reinterpretar el maremágnum documental como única forma posible de «percibir» los pasos sobre los adoquines, la iglesia, el sonido del órgano, el canto procesional, el eco del cabildo y el repiqueteo lejano de los tambores de los tiempos pasados.

En los espacios de socialización de la música es posible vislumbrar los resortes que caracterizarían luego la música cubana: había conciencia de su relevancia en la expresión artística del hombre y como elemento movilizador y símbolo de júbilo. Asimismo, se manifiesta durante siglo xix la integración de prácticas musicales gestadas en cada uno de esos espacios, diferenciados por sus miembros, recursos y objetivos, pero en pos de metas comunes: la celebración, el jubileo, pero también la ilustración musical de los pobladores de la región.

[1] Carredano, C. & V. Eli (2002). «El piano». En Historia de la música en España e Hispanoamérica, vol. VI, pp. 221-241. España: SGAE.

[2] González y Yanes, Manuel Dionisio. (1858): Memoria histórica de la villa de Santa Clara y su jurisdicción, p. 99. Villaclara: Imprenta del Siglo.

[3] Acta Capitular. Real Cédula. 1/marzo/1721, t. 2, f. 432-437. Archivo Histórico Provincial, Villa Clara (AHPVC).

[4] Acta Capitular. 22/febrero/1760, t. 4, f. 2054-2057. (AHPVC).

[5] Acta Capitular. Real Cédula, 14/diciembre/1830, t. 4, f. 227-228. (AHPVC).

[6] Especie de competencia en la que dos cuadrillas se arremetían arrojándose cañas.

[7] Certamen que premiaba a aquel que, a carrera de caballo o a pie, lograba encajar la punta de una lanza en la sortija ensartada en una cuerda a tres o cuatro varas de altura

[8] Competencia que consistía en arrojarse bolas de barro llenas de ceniza o flores, que se rompían al hacer impacto sobre los adversarios, quienes se defendían con adargas o escudos.

[9] Villaclareña, 10/julio/1892.

[10] El Mosaico, 15/noviembre/1893.

[11] Villaclareña, 19/noviembre/1893.

[12] «Procesión del Corpus Christi en la calle del Calvario». El Eco de Villaclara, 5/septiembre/1880.

[13] Acta Capitular. 3/marzo/1774, t. 7, f. 3520-352. AHPVC.

[14] Acta Capitular. Real Cédula, 11/agosto/1722, t. 2, f. 475-478. AHPVC.

[15] Sección Misceláneas. Villaclareña, 24/julio/1892.

[16] Las Villas, 7/septiembre/1883.

[17] Villaclareña, 19/febrero/1893

[18] Véase, para profundizar sobre el particular, el n.o 0, 2020, de la revista El Eco de Las Villas, que, por haberse dedicado al 135 aniversario de la fundación del Teatro La Caridad, agrupa varios trabajos donde puede apreciarse su impacto en el desarrollo musical y cultural, en general, de Santa Clara.

[19] El Mosaico, junio/1886.

[20] Villaclareña, 8/diciembre/1894, año II, n.o 78.

[21] Una sucesión de fechas marca momentos importantes en su desarrollo: 1854 se establecen las secciones de teatro, música, declamación y literatura; 1857, la biblioteca, primera de su tipo en la villa.

[22] Por su tribuna desfilaron importantes intelectuales: Varela, Saco, Romay, Eligio Eulogio, Salvador Domínguez, Miguel Jerónimo Gutiérrez, Wenceslao Arango, Joaquín Anido, Antonio Vidaurreta, etc.

[23] Villaclareña, 7/agosto/1892, año I.

[24] «Crónicas». El Alba, julio/1872.

[25] El Mosaico, 19/agosto/1894.

[26] La Esquila. Periódico joco-serio, literario, económico con láminas y caricaturas, 21/abril/1866.

[27] La Esquila…, 29/abril/1866.

[28] Cuenta de Propios (1732), aprobado en Cabildo (9 /enero/1733) (Archivo Parroquial). Esta es la primera referencia localizada en la zona central sobre el bajonista, y es la primera prueba documental trinitaria del registro del presupuesto invertido en las prácticas asociadas a esta manifestación.

[29] Marín Villafuerte, Francisco (1934). Trinidad. Apuntes históricos. La Habana: Imprenta La Lucha.

[30] El Correo de Trinidad, 21/septiembre/1828, p. 5.

[31] El Correo de Trinidad, 24/junio/1845, p.5.

[32] El Correo de Trinidad, 17/octubre/1849, p. 3.

[33] La Luz, 6/diciembre/1887, año IX, n.o 271.

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