Edición Nro. 1 Año 2021,  Partitura

Los fondos documentales en el estudio del repertorio pianístico

La villa de La Santísima Trinidad es cuna de tradiciones, compositores e intérpretes que han puesto en alto la cultura cubana y regional a lo largo de la historia. Este es el caso de la familia Jiménez-Berroa, en la cual destacan nombres como los de Catalina Berroa (1849-1911) y José Manuel Lico Jiménez (1851-1917).

La investigación Repertorio pianístico en el Salón Trinitario de la segunda mitad del siglo xix (Solernou, 2017)[1] propuso un acercamiento a los fondos documentales musicales de esa villa, para desarrollar un estudio de la música como medio y pretexto de prácticas asociativas. Recorrió, de manera exhaustiva, archivos y fondos documentales institucionales y privados, para elaborar un inventario desde donde apreciar la pluralidad soportes, compositores, géneros y prácticas referentes al salón. El trabajo de campo propició el acceso al fondo privado de Clara Marina Hernández López.

Más de doscientas obras de repertorio pianístico de compositores trinitarios se encuentran allí celosamente resguardadas. En su mayoría, en versión manuscrita por las manos de Josefa Fernández Vivas (pianista) y Ricardo Hernández Reyes (violinista), tíos de su actual albacea. Allí se atesoran ejemplares únicos que pertenecieron a la familia Jiménez-Berroa. Obras como el vals Cuando el amor muere, de Catalina Berroa; y una colección identificada bajo el rótulo «Piezas muy antiguas de la familia Jiménez Berroa», son solo algunas de las conservadas.

En sentido general, las piezas de esta colección se caracterizan por la factura sencilla y el empleo de soluciones compositivas recurrentes, lo que sugiere que pueden pertenecer a un mismo autor. Entre sus peculiaridades puede mencionarse la presencia de elementos contrapuntísticos en la relación de las manos izquierda y derecha; la selección de tonalidades a tono con el estilo o carácter de la pieza; el uso de pasajes octavados en ambas manos, pasajes de terceras, uso de tresillos y sextas, distancias que le otorgan a las piezas complejidad técnica; y el guiño con los elementos textuales: títulos y letras que refieren escenas propias de la sociedad de la época.

De esta colección proviene la graciosa danza ¡Ay, Pimpollo, no me mates!, en la que prima el tono jocoso, expresión de la picardía popular de los piropos y frases de singular encanto. Según su copista, Fernández Vivas, ¡Ay, Pimpollo, no me mates! es adjudicada a la familia Jiménez. Luego de un estudio llevado a cabo desde la interpretación de la pieza y la ejecución de esta y otras de la colección, se infiere que, por elementos formales y el estilo composicional, puede ser atribuida a Juan Nicasio Jiménez Berroa (¿?), hermano de José Manuel Lico Jiménez Berroa.

[1] Se trata del informe de investigación para la obtención del título de Máster en Gestión documental de la música, defendido en 2017 por Angélica María Solernou Martínez.

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